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Tan sólo soy un alma en pena atrapada en un cuerpo recreado con barro y huesos.
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[b]— Tu aroma lo he percibido antes en él. — [/b] Una referencia a su hermano quién se ausentó durante aquellos enfrentamientos contra el Amo Señor Gato Leopardo. Ella era sin duda alguna la humana sacerdotisa por la que su medio hermano abandonó la lucha al lado de su honorable padre. La mujer que InuYasha no pudo salvar de su destino.[b] — Un fantasma del pasado. Tenseiga no percibe a los esbirros de la muerte sobre ti. ¿Cómo es posible? — [/b] Murmuró para ella, le miró de reojo, en su ser existe aquella perversa idea sobre la debilidad de la raza humana con base en sus sentimientos, que pueden corromper a demonios como su padre o incluso a su medio hermano. No toleraba tal cosa en el mundo, detestaba tal flaqueza en dichas emociones humanas. Ella mostró su indefensión frente al demonio albino de miel mirada, cualquier criatura frente a él optaba por dos soluciones: huir o enfrentarle para demostrar su poderío. Ella no realizó alguna, tenía una extraña paz que él no lograba comprender, tal serenidad y sapiencia, realmente era una sacerdotisa cuyas hazañas frente a varios yokais hacían que su nombre se inmortalice.

No podía ser más inquietante la situación, diferentes personalidades en conflicto, uno que marcaba las diferencias de dos mundos opuestos desde hace más que cincuenta años. El inexpresivo demonio no se inmutaba, yace firme e inmóvil y aunque su estado refleja quietud, sus sentidos estaban alerta ante cualquier señal que exponga una rápida reacción física, claro, de ser necesario. Sin espacio para especular, había lo que había frente a él, no podía ser una mera ilusión. [b]— ¿Acaso pretendes evitar que acabe con InuYasha? —[/b] Un acuerdo en común que sostenían era un discurso breve y directo, seres de pocas palabras, desconocía si ella pretendía ponerle a prueba o evitar el destino que pretendía para con su hermano y hacerse con el tesoro heredado de la "colmillo de acero" que cree le corresponde por derecho y jerarquía.

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El albino daiyokai ronda ese húmedo y espeso territorio, el ecosistema era bien conocido por el demonio de largas orejas en punta, piel pálida, grabaciones a los costados del rostro en forma de franjas y una media luna en su frente, su mirada es seria y de color miel, su rostro es totalmente inexpresivo, su comportamiento tenaz y hostil.

Vestido con prendas clásicas del Japón y así mismo la pechera de un atuendo samurai, el demonio que entre otras características físicas contaba con una estola pendiendo de su hombro y unas katanas conocida como Tokijin y la herencia de su padre, la Tenseiga. Sesshomaru buscaba a su hermanastro, pues su rencor y la ansia de encontrar un tesoro mayor, uno que por derecho debía serle concedido... así, el hijo del gran perro del norte y uno de los más temidos monstruos del periodo sengoku esperaba dar con el paradero de su hermano, InuYasha.

Sus acompañantes Jacken y Rin estaban lejos, buscando seguramente provisiones para la noche que encajaba en el marco nocturno adyacente, sus sentidos le alertaron de una presencia no muy lejos de allí, emprendió ruta hasta ver a lo lejos una figura de apariencia humana, al menos se asemejaba pues su esencia es algo diferente, el yokai reconoció de inmediato al percibir un aroma inusual, desde la distancia, pareciendo alistar sus garras de forma ofensiva, manteniendo ante todo la paciencia y serenidad, con su inmutable comportamiento serio, se pronunciaba para ella con propiedad, sin embargo, esa esencia que trae el viento le daba un indició de que era alguien de un selecto grupo de humanos que podía desarrollar talentos para enfrentar a lo sobrenatural, la esencia que emanaba era digna de esa nobleza, seguramente una especie de sacerdotisa. Si en realidad era ella, la fémina en la cual pensó, las cosas se tornarían un tanto distintas para la violencia a la que él está habituado a demostrar con tal de hacer respetar su legado, además no podía equivocarse, era el aroma que estaba en su flechado hermano hace siglos, era la humana que lo había hecho desentender de sus obligaciones.

[center][b]- Este aroma... ¡Muéstrate![/b]-[/center]

Citó arrogante, hostil y altivo, y pese a que aquella mujer era una leyenda por sus hazañas en el periodo feudal, él no mostraba más que una tolerancia nula habitual hacia la raza humana que considera inferior y patética por su emocionalidad y debilidad física.

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