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—No deberías ser tan grosero para pedir las cosas — Kaede sacó de su kimono blanco la esfera qué había encontrado días atrás entre los arbustos —buscas esto... ¿No? — estiró el brazo hacia el kitsune — Anda, puedes pasar y tomarla — El zorro de nueve colas comenzó a caminar lento en dirección hacia la Sacerdotisa y cuando estovo frente a ella tomó con el hocico y con delicadeza aquella esfera — Se más cuidadoso, pues sin tu joya podrías desaparecer — era extraño pero la Sacerdotisa parecía como si pudiera entenderle — No, no necesito ningún favor, ahora ve — Así fue como el kitsune se retiró y desapareció dentro del bosque.
Algunos días después


Kaede se encontraba bebiendo té de menta, su favorito cuando una lluvia repentina la sorprendió, había relámpagos, rayos qué hacían temblar la tierra, la Sacerdotisa dejó el té sobre la mesa y se puso de pie para luego caminar hacia la puerta de la entrada del templo —Pensé que tardarías más... — susurró y recorrió la puerta para ver con sus propios ojos un zorro común y corriente sobre una piedra —Eres bueno creando ilusiones...pero yo también soy buena viendo a través de ellas... — dijo y sacó un talismán de papel de su vestimenta y lo lanzó hacia la roca donde estaba parado aquel animal —Muéstrate! — el talismán se adhirió a la roca y obligó al zorro común entre una fuerte descarga eléctrica a mostrarse, el zorro aumentó de tamaño, su pelo se tornó completamente blanco y le salieron 9 colas esponjosas, asi mismo la tormenta qué no era más que solo una ilusión del kitsune, desapareció por completo.
Unos días atrás, la Sacerdotisa estaba recolectado hongos comestibles al rededor del templo y mientras se colocaba en cuclillas para visualizar mejor se percató de algo brillante dentro de un arbusto — ¿Qué será? — se preguntó y dejó la pequeña canasta con los hongos recolectados junto a ella, adentró una de sus manos dentro del arbusto y extrajo algo parecido a una esfera del tamaño de un durazno pequeño pero esta brillaba con una luz blanca y algo de azul neón, la mujer abrió los ojos con gran sorpresa, sabía lo que era y por ende decidió guardarla muy bien hasta que el legítimo dueño viniera a reclamarla

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