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Al ver a su amiga desanimada, tuerce suave sus labios, pensando en alguna manera en la cual pudiera ayudar o al menos impedir que empeorara su estado. Después de un rato de meditarlo, abrió de golpe su mirada reflejando una idea en sus ojos. —¡Ya sé, vayamos por un pudín, Eli!— Bien era sabido que el dulce era capaz de animar a la persona más deprimida en el mundo, el mejor remedio contra la tristeza.

 
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