Las enormes y pesadas puertas de metal se abrieron para dar paso a aquella mujer. No la conocía de ningún lado, ni mucho menos sabía si tenía hazañas o infamia, prefería todo eso tratarlo de forma directa, esperando que ella tuviera la suficiente honestidad para hablar con él.
— Bienvenida señorita, mi nombre es el forjador y esta es mi morada ¿qué es lo que puedo hacer por usted? — Sonaba jovial, amable, como buen vendedor tenía que dar la mejor cara al hacer negocios, incluso aunque esto pudiera provocar extrañeza por parte de la otra persona.[/code]
Normalmente recibía visitas de manera constante y ahora todo su lugar estaba preparado para hacerlo, todo estaba limpio, bien arreglado, las cosas estaban perfectas, todo lo ideal para recibir a una visita, quien posiblemente podría volverse un cliente. Llegar con el forjador no era complicado, lo difícil provenía de hacer negocios, algo en lo que muchas personas fallaban por el alto precio que se tenía que pagar por los servicios de ese hombre.
El sonido de los seguros que se abrían por si solos le indicaban que su visita ya estaba en ese lugar, todo el sistema estaba automatizado, solo se necesitaba la confirmación del forjador para que todo ese sistema diera paso a quien le visitaba. Su visita tuvo que pasar por el largo pasillo, un lugar con 5 metros de alto y ancho a lo mucho, un enorme paso que conectaba la entrada con la sala de recepción en donde el varón ya estaba esperando por su visita. [/code]
