— Qué peculiar tu manera de saludar —lo dijo en tono de sorna y un poco recriminatorio que, con el pasado que llevaban a cuestas, era imposible que se la tomara en serio. Esas repentinas ínfulas eran solo una mera fachada de a pocos se fue quebrando con las simples caricias de Viego. Cerró los ojos y poco hizo para ocultar su sonrisa y, más bien, inclinó la cabeza hacia un costado, buscando que recargarse en la mano de este—. No siempre —añadió inmediatamente—, sólo tuve una ligera corazonada.

Rápidamente volvió a fusionar sus labios con los de él en un beso que fue más mesurado y sobrio. Atendía a esos deseos de saborearlo nuevamente, pero también aprovechar esa cercanía para susurrarle desde la absoluta discreción y bribonada—. Vámonos de aquí, que tenemos mucho público...