—Mi forma de decirte: hola~—pronunció el demonio de la guitarra, arropando su voz con el mismo tono intimo ladino con el que esgrimió su beso. Encima remató todo ese descaro enarcando ligeramente una ceja, y relamiendose sus labios sonrientes; como un felino voraz que acaba de embriagarse con leche —¿Siempre te pones así de hermosa para salir a tomar una bebida de pajilla?—preguntó, con una ocurrente curiosidad, pasando sus tétricas falanges en una caricia que tocó la mejilla y oreja derecha de la bailarina, y finalmente resbalar las yemas de un par de dedos por las piedras de su arete. Hoy más que nunca parecía una verdadera princesa, deslumbrando con el color de sus ojos, y la joyería reflectando la luz a su alrededor como si toda ella estuviera hecha de diamante.