Entrecerró los ojos, y sin reparo en disimularlo soltó una ligera carcajada. Esas palabras, aunadas a su cercanía y ese tacto tan particular, fueron más que suficientes para desmontar su pequeño teatro.

— Me has pillado —dijo con voz trémula y casi susurrante, ahogando un suspiro que a duras penas se pudo tragar. Su mano derecha se cerró en un puño, atrapando un poco la tela de su camisa. Tiró suavemente de la prenda, resoplando con poca sutileza—. Y veo que no has perdido el toque.