—Sí, eso es cierto. —Aunque debía agradecer que Ahri tenía ropa puesta, sino la situación sería aún más incómoda. Pero no diría lo mismo su lado más perverso.

Acarició su rostro con su dedo índice. Ya sea que aceptara o rechazara la muestra de cariño, ambas reacciones le parecerían encantadoras. La forma en que movía sus orejas, su cola, todo su cuerpo en general de manera tan grácil, como la hermosa vulpina que era.

—Eh... ¿tienes hambre? Estoy preparando una sopa de pollo, de seguro te encantan las gallinas. Puedes tomar asiento o tomar un baño mientras esperas, debes estar exhausta.

Ahri aún no entendía muchas de las costumbres de los humanos, pero vaya que comprendía sus instintos y deseos. El ligero color rosado que se coloreó en las mejillas de Elizabeth no pasó desapercibido, mas no hizo nada al respecto. Sonrió fugazmente, llena de autosuficiencia. —¿Lo dudas? Claro que sí, los animales deben entender que eres mía.— Esa era la regla de oro del mundo salvaje: la presa es de quien la atrape primero, y nadie debe de intervenir. A no ser que se busque un lío bastante grande.

Se dejó guiar por Liz, tan preocupada de su bienestar como siempre. Lo encontraba entre cómico y adorable. —No me harás usar esas cosas, ¿o si?—Le dedicó una mirada extraña a las pantuflas, como si éstas atentaran contra su bienestar. Ahri se ofendió, pero solo por un instante. Mejor volver todo esto en algo divertido. —Estaría desnuda si pudiera, pero los humanos son demasiado pudorosos.—

Efectivamente, era una mirada animal. Una mirada de un gato estudiando algo curioso, combinada con la de un lobo acechando a su presa. Elizabeth se ruborizó.

—¿Matarías a una bestia por mí, zorrita? Siempre puedo contar contigo. —Tomó su mano y la llevó hacia adentro—. Ahri, ¿por qué nunca usas zapatos? Sé que eres salvaje y todo eso, pero me da miedo que te resfríes.

Habiendo dicho aquello, le dio unas pantuflas.

Ahri respiró profundamente una vez más para captar los aromas y fragancias provenientes del bosque que las rodeaba. Cuando estuvo satisfecha, la kumiho se puso de pie sobre la rama y, tras equilibrarse con ayuda de sus colas, dio un pequeño salto, provocando que las ramas más delgadas y las hojas del árbol se agitaran. Hizo algo de ruido; en cambio Ahri había aterrizado con gracia en el balcón, justo al lado de su amiga.

—Tenemos que hacer algo con tus piernas, ¿y si un día necesitas escapar de una bestia en el bosque?— Aunque el tono de voz con el que hablaba era suave, los ojos ámbar de la kumiho se clavaron en ella, como si la estuviera analizando. Era una mirada algo... 'animal'. Se acercó otro poco más a ella. Finalmente decidió acabar con ese pseudo regaño con una cálida sonrisa. —Seguramente estaré allí para acabar con esa alimaña, suelen asustarse al verlas.— Se refería a sus colas, las cuales se encontraban unidas una sobre la otra para asemejar a una única.

—No tengo tan buen equilibrio como tú, no puedo subir.

Aún así, se quedó viendo al cielo, con las muñecas apoyadas en el barandal del balcón. Tenía razón, era una linda noche, igual que todas. Por un momento, bajó la mirada, observando en su amiga los animales movimientos de sus colas y orejas, tan hipnóticas como el resto de ella.

—Ahri, puedes entrar, ellas no te dirán nada, te lo juro. —Extendió la mano hacia ella.

Estaba tan absorta contemplando el cielo estrellado que no logró percatarse de la presencia de alguien. Sus orejas se tensaron sólo un poco, atentas por instinto a cualquier sonido y posible amenaza. —Deberias subir conmigo, es una noche encantadora.— Alzó un poco la voz para hacerse escuchar desde la rama del árbol. Y como si su compañera hubiese contado algo cómico, Ahri soltó una risita. —No creo que 'ellas' me dejen sufrir frío.— dijo, mientras sus colas se movían y balanceaban.

Se cubrió con una bata y salió.

—¿Qué haces afuera? —dijo con una sonrisa—. Entra, Ahri, hace frío.