Pausado respiró, y el aroma de su perfume la envolvió de lleno. Las palabras morían en su garganta, y su mirada podía apenas mantenerse abierta sin temblar. Yang no quería decirlo, pero necesitaba ese abrazo más que cualquier otra cosa, pues ante sus ojos, significaba que él aún creía en ella, pese a que su nuevo yo tenía que recorrer aún un largo camino antes de alzar vuelo nuevamente.

Se acomodó entonces en su pecho, y solo cerró los ojos. Siempre era ella quién lo hacía "crecer", y ahora, cuando más lo necesitaba, estaba él ahí para devolverle el favor.

En momentos así, la única compañía que Yang podía tolerar era la de la soledad. No se trataba de odio hacia el mundo, como tampoco su orgullo hablando a través de ella. Se resumía, más bien, en ese deseo imperante de no causar lástima. Nunca la causó, y no deseaba que sus nuevas circunstancias alimentaran esa hórrida posibilidad.

Cerró sus ojos, y tragó saliva esperando sus palabras sacaran al muchacho de la habitación. Con Ruby su plan resultó efectivo, y por lo mismo, su sorpresa fue mayúscula al sentir como el colchón sobre el que descansaba se hundía. Enseguida sus ojos se abrieron, y lejos de encontrarse con la despedida anhelada, sintió asombro, y posteriormente calor.

Tumbado en la silla a la derecha de su cama, con uno de sus descalzados pies sobre el colchón, alzó sus cejas, observando directamente a esa abundante cabellera amarilla. Suspiró, miró al techo pensativo, y se encogió de hombros.

Descruzó sus brazos para ponerse de pie y pasarse con un solo movimiento a la cama de su amiga, donde había aún algo de espacio para él.

▬Está bien, no hablemos. Pero no me voy.

Sentenció, y tras acomodarse, pasó sus manos por detrás de su nuca y cerró sus ojos. Neptune no era muy bueno en eso de no hablar; así que, para matar cualquier impulso de hacerlo, sólo pretendió dormir a su lado.