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56-60, M
THE OUTLAW
About Me
About Me
Malcolm Graves es un hombre buscado en todos los reinos, ciudades-estado e imperios que ha visitado. Duro, resuelto y, por encima de todo, temerario, una vida de crimen le ha permitido amasar varias veces (y perder otras tantas) una pequeña fortuna.

Criado en los callejones de los muelles de Aguas Estancadas, Malcolm no tardó en aprender las artes de la pelea y el robo, habilidades que le han sido muy útiles a lo largo de los años. Cuando aún era muy joven embarcó como polizonte en un barco de carga destinado al continente, donde se dedicó a ir de sitio en sitio robando, mintiendo y jugando. Pero fue en una mesa de juego, en medio de una partida con apuestas de verdad, donde conoció al hombre que cambiaría su vida: El tahúr al que ahora se conoce como Twisted Fate. Ambos hombres reconocieron en el otro el mismo amor temerario al peligro y la aventura, y de este modo nació una extraña amistad que duraría casi una década.

Cuando combinaban sus dotes únicas, Graves y Twisted Fate no tenían rival, lo que les permitió dar con éxito docenas de golpes. Robaban y estafaban a los ricos y los necios por amor al dinero, la fama y la pura emoción del peligro. La aventura se volvió para ellos tan importante como las ganancias.

En la frontera de Noxus lograron enfrentar a dos casas nobiliarias y aprovecharon el estallido de sus hostilidades para rescatar a un heredero al que tenían como rehén. El hecho de que, tras embolsarse la paga, vendiesen al despreciable joven al mejor postor no tendría que haber sorprendido a quien había contratado sus servicios. En Piltover obtuvieron la distinción de ser los únicos ladrones que habían forzado la Cámara de Relojería, en teoría impenetrable. Y, no contentos con vaciarla de sus tesoros, lograron engañar a los guardias para que los metiesen a bordo de un barco de carga que habían secuestrado. El robo (y la famosa carta de Fate, con él) solo se descubrió cuando la pareja estaba más allá del horizonte.

Pero finalmente se les acabó la suerte. En el transcurso de un golpe que salió mal, Twisted Fate abandonó a su socio a su suerte para escapar. Graves, capturado con vida, dio con sus huesos en la infame prisión conocida como El Cajón.

Durante los años de cautiverio y tormento que siguieron, Graves tuvo tiempo de sobra para alimentar su sed de venganza. Un hombre de menor talla se habría venido abajo, pero Malcolm Graves lo aguantó todo hasta que finalmente logró fugarse. Libre de nuevo, comenzó a buscar a Twisted Fate, el hombre cuya traición lo había condenado a una década de inefable miseria.

Y al cabo de varios años logró dar con él. Pero tras descubrir la verdad de lo que había sucedido y escapar con su antiguo camarada de una muerte cierta a manos de Gangplank, Graves decidió olvidar la venganza. Más viejos, si no más sabios, los dos truhanes decidieron continuar donde lo habían dejado, buscando fortuna de nuevo con su particular combinación de astucia, golpes y violencia localizada.

Atrapado en un bar vacío, sangrando por una docena de heridas y rodeado por hombres armados, decididos a acabar con él: Sí, Malcolm Graves había conocido mejores tiempos. Y también peores, de manera que aún no estaba preocupado. Se estiró sobre la destrozada barra y cogió una botella, aunque al leer la etiqueta no pudo evitar que se le escapara un suspiro.
—¿Vino demaciano? ¿Es lo mejor que tenéis?

—Es la botella más cara del local... —dijo el posadero, escondido bajo la barra en medio de un brillante océano de fragmentos de cristal.
Graves miró en derredor y sonrió.

—Yo diría que es la única que queda en el local.

El hombre exudaba pánico. Era evidente que no estaba acostumbrado a encontrarse en medio de un tiroteo. Aquello no era Aguas Estancadas, donde estallaban docenas de duelos a muerte cada día. A Piltover se la suponía más civilizada que la patria de Graves. En algunos aspectos, al menos.

El forajido descorchó la botella con los dientes y escupió el tapón al suelo antes de darle un trago. Se pasó el vino por los carrillos, como había visto hacer a los ricos, antes de tragárselo.

—Menudo pis —dijo—. Pero cuando uno es pobre no puede permitirse el lujo de ser exquisito, ¿verdad?

Una voz se alzó al otro lado de las ventanas rotas, rebosante de una confianza que no se había ganado y la falsa bravuconería que le prestaba la superioridad numérica.

—Entrégate, Graves. Somos siete contra uno. Esto no va a terminar bien.

—De eso puedes estar seguro —rugió Graves a modo de respuesta—. ¡Si quieres salir de esta de una pieza, más vale que vayas a buscar más hombres!

Dio un nuevo trago a la botella y a continuación la dejó sobre la barra.

—Hora de trabajar —dijo mientras levantaba su famosa escopeta de la barra.

Recargó el arma, con un chasquido agradablemente letal que se arrastró hasta los hombres del exterior. Cualquiera que lo conociese reconocería el sonido y sabría lo que significaba.

El forajido arrastró el taburete y se encaminó a la puerta entre el crujido de los cristales aplastados por sus botas. Se inclinó para echar un vistazo por una ventana rota. Había cuatro hombres agazapados detrás de una barrera improvisada, otros dos en el segundo piso de un elegante taller y dos más en sendos portales, a cada lado. Todos con ballestas o mosquetes preparados.

—¡Te hemos seguido el rastro por medio mundo, hijo de perra! —gritó la misma voz de antes—. La orden no dice nada sobre vivo o muerto, así que sal con ese cañón en alto y no habrá más derramamiento de sangre.

—Oh, voy a salir —gritó Graves—. No te preocupes por eso.

Sacó una serpiente de plata del bolsillo y la lanzó a la barra, donde dio varias vueltas sobre un charco de ron derramado antes de detenerse, por el lado de cara. Una mano temblorosa se estiró y la recogió. Graves sonrió.
—Eso es por la puerta —dijo.—¿La puerta? —preguntó el posadero.

Graves le propinó una patada que la arrancó de sus goznes. Atravesó de un salto el marco cubierto de astillas, rodó sobre el suelo para caer sobre una rodilla y disparó con el arma apoyada en la cadera.
—¡Muy bien, gusanos! —rugió—. ¡Acabemos con esto!