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— Quizás lo has visto en varias ocasiones. Un collar que lleva Liovicci siempre, ya sabes, con incrustaciones pequeñas de oro y rubí. Nada discreto a mi parecer. — Dio un pequeño trago a su propia debida y su vista se dirigió al enorme mar de gente que se encontraba ahí, asegurándose de que el político no se acercara a la mesa. Gianna actuó de la forma más natural que sabía, como toda mujer que se preocupaba por su apariencia, miró el aspecto de sus uñas y acomodaba su cabello de vez en cuando, dando de forma seguida tragos a su bebida.

— Las joyas son hermosas ¿No te parece? Empoderan a las personas, pero sino sabes utilizarlas, más bien parece que tú eres un adorno de ellas y no ellas un adorno tuyo ¿Quién domina a quién? Por estatus las llevan, pero ellos no las merecen. A cambio de ella, yo te daré la cadena del dige. Créeme, si lo vendes, no tendrás que trabajar nunca más en tu vida. —

Sonrió a media luna, por la ironía que había llegado a su cabeza. — Tómalo más como un pequeño reembolso por todo lo que los políticos del mundo le roban a las personas, nada personal. —

Quién iba a pensar que el parlamentario y mano derecha del primer ministro, Niccolo Liovicci se encontraría en una situación tan escandalosa como lo era estar en compañía de una dama de compañía. Gianna lo sabía, la discreción y el profesionalismo de su acompañante era prioritario debido al cargo político de quién contrataba los servicios de Úrsula, una hermosa mujer rusa, quién descrestó a todos con solo su presencia al pasearse por los pasillos de aquel pub. Cerca del Castillo de Sant’Angelo en el Borgio Pío de San Pietro, a unas escasas cuadras del Vaticano, se encontraba el Rione XIV, este Bar de arquitectura barroca, evocaba los recuerdos de estar viviendo en el medioevo, mezclado con lujos, elegancia y buen licor, era el lugar y punto de encuentro para encubrir cualquier capricho y travesura de personas importantes.

—Esta vez te tocó un cerdo de los grandes, algo aburrido, pero bien importante. —

La misteriosa voz se pronunció a espaldas de la escort, con sutileza, la bella Borgia se inclinó hacía ella, ofreciendo un trago de vodka, deliciosa ambrosía, sublime, un líquido que seguramente le calaba hasta los huesos. Producido a partir del agua subterránea del manantial de la montaña del Himalaya y de las fértiles cosechas del trigo ruso, era una mezcla de los mejores vodkas, maracuyá, fresa y rosas. Sonrió de lado, confiada en sus acciones, negando a la par de sus vocablos pronunciados.

— Sé que pediste ron, pero créeme, esto te gustará mucho más. Conozco de pies a cabeza la carta y no hay nada mejor que esta bebida, adelante. —

Aprovechó el momento en que el político se fue en busca de la bebida de su compañera y optó por ocupar el lugar del viejo. Al igual que Úrsula, Gianna destacaba en belleza pulcra. Dos esculturas hechas mujer compartían esa noche, la sonrisa en el rostro de la italiana no se desvaneció en ningún momento, por el contrario, la situación la regocijaba bastante.

— No sé si eres algún tipo de espía secreto de la KGB, tampoco es algo que vaya a quitarme el sueño, los asuntos políticos internacionales no me interesan. Solo deseo un pequeño favor de tu parte, a cambio, te lo devolveré con creces. ¿Estás interesada? —