Si había alguien además de Rengoku que le ayudara a animarse, esa era la dulce Kanroji, pues su energía, pero sobre todo su sonrisa, esa sonrisa que parecía ser tan cálida como el sol de la mañana y tan dulce y rosa como los mochis que ella acostumbraba a comer en grandes cantidades. Esas mejillas con ese tenue rubor carmín, llenas de alegria y entusiasmo. Muchas veces tenía el deseo de poder pararse frente a ella, y apretar aquellas mejillas como lo haría con sus hermanas pequeñas.
Caminó junto a ella y sin perder rastro de lo que decía. Ambas ideas me parecen perfectas, entonces vamos primero por unos Dangos, hace mucho que no comía algunos y después, podemos pedir algunos mochis. Siempre he querido acompañarte a comerlos. Respondió mientras seguía su camino y le miraba alegremente.
