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s1543484 · F
Aquella frágil figura de la ex tercera espada se encontraba situada en una de las ramas de aquellos largos arboles, su mirada observaba hacia lo bajo disfrutando de una extraña aunque peligrosa calma, probablemente ese acogedor silencio era la razón por la cual Ulquiorra gustaba de permanecer en aquel lejano bosque oculto entre el cálido manto de las finas arenas, sus parpados se cerraban mientras reposaba su cabeza sobre la rama.

- Onii-sama -

Susurraría en un tono casi inaudible cuando estruendosos relámpagos la obligaron a abrir sus ojos, en aquel lugar en el que la Luna no alcanzaba a llegar se había efectuado un maravilloso milagro ante sus ojos, su hermano se encontraba con vida frente de ella, su alma revoloteaba de infinita alegría y sus impulsos la hicieron dar un sutil salto sin siquiera pensarlo para poder envolver el cuerpo de su hermano en un afectuoso abrazo.
[code]** De repente a lo lejos, relámpagos centelleantes de luces carmines y verdes adornaron la tormenta que el cielo reflejaba, la batalla que acaecía desde días atrás había arribado a la vista de quién recién llegaba, la tierra se estremecía en aquel suelo condenado, ese universo inerte había despertado entre un frenesí de energías que colisionaban, tornados emergían sin demora, un apocalipsis de una guerra sobrenatural, trémulas y sombras se develaban sin parar, no había tregua entre plegarias, Nelliel podría escuchar aquellas voces iracundas que quedaban ensartadas como estacas en el pecho de vástagos sin alas; y entre el barbitúrico belicismo se alzaba la silueta del cuarto entre los “Espada” un único ser enfrentándose a miles de criaturas pertenecientes de aquel infierno desolado. **[/code]

s1543484 · F
En aquel ultimo par de años, Hueco Mundo se había echo aun mas solitario, no podía evitar echar de menos a sus queridos hermanos pero sobre todo a un solitario ser que siempre solía andar entre las sombras y a pesar de la carencia de expresiones en su rostro la ultima vez que lo había logrado contemplar había intentado darle su mano a aquella humana de largos cabellos naranjas y de un corazon latente y puro.

- ¿Lunuganga-san? -

Aquella dulce voz resonaría con gentileza cual fresca brisa de verano llamando a su querido Guardián de las Arenas Blancas el cual a pesar de haberla regañado en múltiples ocasiones insistiendo que no era su transporte aun así la transportaba a el Bosque de los Menos en donde solía buscar un poco de aquella esencia que tanto extrañaba.

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