Tsurumaru llegó al lugar acordado a escasas horas del crepúsculo como le habían indicado. Ahí sentada en la orilla del risco, disfrutando de la brisa marina que chocaba contra su grisácea piel, se encontraba aquella mujer que le había pedido tan singular favor.
Layla cerró los ojos pensando en el blanquecino rostro de su hermana que había perdido la vida en aquel mismo risco, por voluntad propia al salir el amanecer. Juró poder oír su risa y distinguir una borrosa silueta de cabellos largos y blancos, con ojos rojos que le estiraba la mano en espera.