Había conseguido la sangre del Matusalén en la capilla de vampiros, deliciosa sangre de un antiguo que ni siquiera despertó cuando se pudo alimentar de este. El sacerdote no había logrado que ella fuera una sumisa más de su congregación y lo diabolizo también sin interesar que estaba comprometida con este. Había acabado con todo a su paso; tiró lejos el anillo entre que los vampiros con hábitos se arrodillaron ante la nueva cabeza de aquella capilla del otro vampiro que ya no existía más.

—Ahora sabrán lo que es poder si me sirven como deben. Les daré lo que desean.