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El paso del fiel caballo era calmo, pero podía percibir el nerviosismo del animal aunque ya no estuviese montándolo; con el estoque en la mano, anduvo un tanto más de forma cautelosa entre la niebla. Su vista y su oído era su mejor aliado, por lo que confiaba completamente en sus sentidos.

No era más que un simple humano, sin mayor capacidad que su habilidad aprendida a lo largo de los años, pero había dado caza a monstruos con solamente su arco y sus flechas preparadas. No tenía razón para contagiarse del nerviosismo que su fiel compañero mostraba.

—¿Hay alguien allí? —Decidió preguntar en voz alta. Su oído se mantuvo alerta tras el silencio consecuente, solamente para escuchar si se enfrentaría a una emboscada, o a su propia paranoia.
SW-User
-El brujo había terminado un contrato, limpiado el pantano de “drowners”, al parecer, los pequeños miserable tenían un nido y por eso el constante ataque a viajeros, pueblerinos e incluso adolescentes ilusos y cegados por promesas del amor eterno.

-Nadie le había comentado del posible nido, así que cargo 100 monedas de oro más, ya que eran demasiados y los ingredientes para la bomba no habían sido fácil de encontrar en ese lugar.

-Ignoro el típico comentario acerca de lo codiciosos y bastardos que eran los brujos. Dejó salir un suspiro y montó a Roach, su fiel caballo. Chasqueó la lengua y el animal comenzo a moverse, dejando atrás ese miserable lugar que era un infierno.

-Tan pronto se adentró en el bosque y una densa capa de niebla lo rodeó, su instinto le dijo que se mantuviera alerta y su collar le advirtió de una amenaza cercana, por lo que le comando a Roach que disminuyera la velocidad mientras Geralt empuñaba su espada de plata y la mantuvo listo para cualquier ente.
Había cabalgado de forma tranquila por el bosque, siguiendo el cruzar del sol por el cielo para poder llegar a su destino, poder volver a casa; sin embargo, cuando la tarde cayó, la neblina azulada comenzó a opacar el cielo, su mismo camino, haciendo que se extraviara sin remedio.

—Tranquilo. —Palmeaba suavemente a su caballo, Bel Joeor, cuando la visibilidad comenzaba a hacerse nula.

Entre aquella misma niebla, sus ojos entreabiertos pudieron visualizar apenas una luz, tenue, pero constante; tomó su estoque, por seguridad, pero se acercó sin embargo hacia la misma, esperando encontrar más una guía que un posible enemigo.

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