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—Sonrió, de forma más gratificante al ver cómo ella cedía ante sus palabras; apartó el candil de su mano, dejándolo sobre la mesita, y se inclinó a besar el sitio de dónde la había sujetado en primer lugar; había una marca rojiza sobre su piel.—

Lo haces bien, tranquila. —Susurró. A veces la miraba como una mujer de verdad, y se le antojaba quererla... Pero no era más que una muñeca de porcelana para él, un adorno bonito con el que gustaba de deleitarse.— Cuando menos esperes, pasará, y será todo. Verás el problema del que nos hemos safado. —Miró por la ventana unos momentos.— Debo volver a mi puesto ahora, Treia, o levantaré sospechas. Lo último que deseo es que te repudien por verte con un hombre a escondidas.

—Nuevamente besó su mano. Era lo más que podía hacerle a ella en esos momentos, puesto que no se permitía el besar los labios de sus muñecas de porcelana, para evitar que hubiese algo más que posesión.—
 
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