-¡Smoker san! - Había levantado la mano para quitar del rostro ajeno una hoja de otoño que se había atorado entre los vellos de su mejilla. Se sorprendió de sentir la mano de su superior sosteniendo su brazo para alejarla. La hoja igual cayó y al voltear, notó que sus subordinados miraban. Si, tenía que ser discreta en como interactuaba con él frente a otros. Ni ella misma sabía cómo interactuar con él en privado. Suspiró y con sana vergüenza se retiró a arreglar su camarote antes de llegar a la siguiente isla donde tomarían un par de días libres.
En el momento en que ella respondió a sus besos fue el momento en que aceptó todo lo que viniera de él. Se detuvo a la par contraria sin dejar de mirarlo o abrazarlo, recuperando el aliento, escuchando.
—Smoka san...-
Soltó un pequeño gemido ante las enormes manos ajenas poseyendo su retaguardia. Tragó saliva y suspiró antes de continuar. Y a pesar de estar sonrojada, algo en ella cambió, aunque fuera un poco.
—No me subestime, Smoka san... no soy una mujer débil... -
Le dejó saber que él tenía completa libertad, que ella estaba dando su consentimiento para ser poseída por él sin restricción porque era lo que ella quería. Deseaba con profunda culpa ser su mujer. Sentía sus pechos contra los pectorales y se estremecía. Sentía el fuerte palpitar de su entrepierna húmeda y su corazón golpeando fuerte su pecho.
