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[Rol privado con Erick Vaughan.]
 
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Tomó una y la lanzó hacia el rostro de la pelirroja.
Quizá buscaba molestarla un poco hasta que ella lo viera forzado a usar su hacha. La noche no tenía ningún cambio; la temperatura no iba bajando al ritmo alarmante que creía, y la luna transmitía el brillo suficiente para ver a los alrededores, como un faro natural. Trataba de no perder la atención en su adversa, pero costaba un poco con el vasto campo de arena que lo maravillaba.
Luego de aquello miró el arma de la mujer… De solo haber tenido sus metales sería tan sencillo arrebatarle la cuchilla. Soltó una maldición. Luego se dirigió hacia su hacha, más exactos hacia su capa digna de un nacido de la bruma. Las tiras que salían de la misma revoloteaban una vez la alzó. Como un animal vacilante trataban de enroscarse entre su brazo.
Erick entonces volvió hasta ella, a una distancia prudente para no salir cortado por aquella filosa arma. Se puso la capa y quedó expectante. Aún si ella le dijo que atacara él no lo hizo; ya había gastado un sucio truco y tenía cierto interés en el honor dentro de batallas.

–Yo no tengo una cuchilla para defenderme –admitió–. Estoy también con una desventaja.

Tiró entonces de su cinturón un saquito de monedas. Cuando él se movía ellas resonaban entre sí, era una alerta que hacía advertir de su posición. Poco sutil en batallas de sigilo pero muy eficaz para atacar a los oponentes a la hora de usar alomancia.

[...]
Siguió avanzando unos cuántos pasos entre la arena sin llegar a realizar contacto con el cuerpo de la mujer. Confundido al no saber las razones se vio tentado a abrir los ojos, pero aún era muy reciente; la arena seguía en el aire y quedaría igual a ella en caso de hacerlo. Podía sentirla caer sobre sus hombros y cabello cual copos de nieve. Advirtió entonces los quejidos de la fémina y sus palabras. Daba por sentado que había efectuado. Dio media vuelta hacia dónde procedía la voz y respondió.

–Creí que estábamos en una práctica, ¿O acaso es eso una declaración? –mencionó divertido conforme iba abriendo despacio los ojos para prevenir un repentino contacto con la arena. Estaba acostumbrando sus ojos a la irritación–, no creí que fuera a funcionar eso contigo. Estoy sorprendido.

[...]
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otros recursos que empujasen su ventaja a su favor. Desenfundó el cuchillo de caza, y lo dispuso en su dirección a la altura de su barbilla. Había generado un área de la longitud de su brazo para protegerse. A la mínima corriente de aire que indicase movimiento, asestaría amplios arcos con tal de proteger su espacio vital.

–Estoy débil ahora, pero todavía no he perdido. No seas tan amable para esperar a que me recupere después de la vista, o te mataré aquí mismo.
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era presión suficiente para sacar provecho de ello, sumándole un daño quién sabe hasta qué límite a un instinto ajeno.

Las articulaciones gritaban en silencio, dependía de la morfina para que ese dolor punzante no la ensordeciese mientras se defendía. Sudar la adrenalina era su cura ante la ausencia agónica de analgésicos. El aire escapaba con fuerza de su boca, como una manera de liberar la tensión que empezaba a formarse fruto del dolor. Buscó un punto de equilibrio, con el que erguirse prácticamente sin necesitar de apoyo más allá que el que su espalda le pudiera proporcionar.

–Clásico. Pero si me quedo ciega, me llevo tu corazón conmigo como pago.

La esclerótica se entintaría de un rojo irritado, y demoraría en recuperar la vista completamente hasta que la epinefrina estimulase la frecuencia cardíaca y dilatase sus vías aéreas. Ante la mínima inquietud de un menor rendimiento cuando se trataba de hacer uso de un sentido tan primordial como fuera la vista, recurriría a
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–Lo que tú digas.

Él tenía razón, si se andaban con mayores rodeos cuando se dispusiesen ya no habría entrenamiento que valiese. Ni tampoco una lección o moraleja. Ésa era la parte más importante si no se tocaba esa ansia de placer nacida de una victoria. No había alcanzado tal punto aún, descentrada ante la visión de aquellas dunas y el paisaje hipotético que podría hallarse tras ellas. Casi podía sentir el peligro en acariciar todos sus sentidos.

Fue el susurro de la árida tierra siendo perturbada, repentino y surgido de la nada. Su reacción fue tardía, y quedó a la deriva una vez partículas de arena encontraron cobijo entre sus párpados. Por instinto se cubrió la cara, pero antes de quedar aún más vulnerable, su cuerpo se inclinó hacia un lado. Tan fino es el tiempo de respuesta, que en su ejecución aún no fue consciente de que estaba cayendo hasta que su costado aterrizó contra el suelo. No sintió un tacto ajeno, mas la jugada sucia triunfaba en ser efectiva, [...]
La distancia entre ambos no era mayor a dos metros. Por lo que inició corriendo hacia ella. En eso arrastró el pie por la arena y la disparó hacia el frente cubriendo el rostro con las manos. Una pantalla de arena se levantó. Buscaba cegar a la chica y en lo que la pantalla se alzaba Erick cerró los ojos y se puso de medio lado. Predominando con su brazo que atentaba con peso de su cuerpo más la velocidad, suficiente para tumbarla y sacarle el aire, si es que efectuaba.
Erick se soltó la faja y arrojó a un lado del hacha. Un poco de polvo se levantó por el golpe en seco.

–En segunda no necesito de sermones. Preocúpate por ti y yo de mí. Este lugar es un desierto y antes de una tormenta o criaturas peligrosas deberíamos preocuparnos por la baja temperatura que hará. ¿Entonces nos apuramos?

Dijo con una sonrisa algo arrogante. Erick advertía que en su estómago ya no habían metales, se habían consumido todos ya hacía rato. No quería mostrarlo pero se sentía inseguro. Toda una vida peleando y dependiendo de ellos para finalmente aceptar un duelo sin ellos… ‘’Es entrenamiento, una práctica’’ se repitió una y otra vez conforme adoptaba una postura de combate.

[...]
Jamás había imaginado ver un bioma de arena. Con los pies descalzos tanteaba las finas partículas de la arena, era una nueva sensación que disfrutaba al contraer los dedos. En frente suyo, la mujer parecía instruirlo y orientarlo en lo que parecía ser la situación actual. Arqueó una ceja mientras tomó el hacha de obsidiana que se postraba en su costado izquierdo.

–En primer lugar –dijo finalmente. Con fuerza encajó la hoja del arma sobre la arena, hundiendo casi toda el hacha, ahora parecía más un palo clavado que otra cosa–; yo no extraigo metales, yo obtengo el poder de los metales.

Una vez hizo eso se tomó de la capucha y la arrojó. Mostraba que su vestidura era sencilla, camisa blanca y pantalón negro. Pero una faja que rodeaba su cintura estaba llena de frascos. Eran sus metales en una sustancia que los hacía más fácil de digerir.

[...]
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—Nadie puede enseñarte cómo enfrentarte a esos bichos de ahí afuera, porque cada viaje damos con algo nuevo. Pero si hay algún desgraciado de nuestra especie por aquí, entonces sí te puedo compartir un par de trucos para rajarle la garganta a alguien. ¿Sí? No es lo usual, pero han caído algunos por bandidos hijos de puta.

Sus dedos se entrelazaban con otros, crujiéndose los nudillos, cerrando las manos en puños para ejercer fuerza, ante la expectación.

—¿Por qué no intentas derribarme? Vamos a poner diversas situaciones sobre la mesa. Primero supongamos que tenemos un encontronazo, no sabes quién soy pero intuyes que pretendo hacerte algo de pupa. ¿Qué haces? Sin usar tus superpoderes.

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