Al cabo de unos minutos su enojo se fue, parecía que se escapaba con cada expulsión de humo y cuando terminó así mismo su ira se marchó. Decidió retornar al templo e ir a asegurarse de que Nanami estuviese descansando, razón por la cual decidió ir a su habitación.

— ¿Nanami?, ¿Qué estás haciendo aún despierta?— Un gesto de preocupación se vio claramente en el rostro del Kitsune quien de inmediato abordó a la Diosa sujetandola con un abrazo, uno cálido y dulce realizandolo por la espalda envolvió la fina cintura de la castaña con la zurda y detuvo la actividad con la derecha, tomandole firmemente de la muñeca.

— En verdad, lo siento mucho— Le musitó con sinceridad hundiendo su nariz en medio de esa cascada de hebras oscuras y a su olfato llegó ese embriagante aroma qué tanto le gustaba.