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— ¡Ah! Pues vaya, gracias. Supongo —repitió como él, sin verdadero afán de imitarlo—. Aunque a decir verdad, puedo acomodarme donde sea. Y tampoco es que haga falta acondicionar demasiado. No traigo mucho conmigo, ¿recuerdas? —dió media vuelta para mostrarle la pequeña mochila que llevaba cargando en la espalda, esa que apenas guardaba contadas mudas de ropa y un par de objetos personales. Todas eran las pocas pertenencias que no se habían visto afectadas por el accidente ocurrido en su edificio, mismas que gracias a un poco de suerte, había sido capaz de recuperar en medio de los escombros y restos de plasma de su apartamento.
Pero lo cierto era que, para ser el mayor de los Strauss el que al principio más reticente se había mostrado ante la idea de tenerla a ella invadiendo su espacio, Sabrina pensó que el recibimiento que le estaba dedicando era cuando menos considerado. Y es que Murdock había pasado de asimilar su compañía, a ofrecerle incluso su dormitorio para descansar
Pero lo cierto era que, para ser el mayor de los Strauss el que al principio más reticente se había mostrado ante la idea de tenerla a ella invadiendo su espacio, Sabrina pensó que el recibimiento que le estaba dedicando era cuando menos considerado. Y es que Murdock había pasado de asimilar su compañía, a ofrecerle incluso su dormitorio para descansar
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