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Flashback — Delicate — Sabrina
OST: https://youtu.be/zf8ZAbvFa4k
 
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— ¿Tu habitación...? —claro que él no demoró demasiado en explicar la situación: el cómo Darien estaba fuera, siendo ese el mismo porqué de que le dejara ocupar sus aposentos—. ¡Oh...! Y yo que por un momento creí que me estabas ofreciendo hacerte compañía. Qué lástima —fingió falsa pena para luego sonreírle pícara, acompañando su expresión con un guiño travieso.

Segundos después, casi como si lo anterior no hubiese ocurrido, Sabrina estaba dejando su escaso equipaje en el suelo mientras escuchaba a Murdock cumplir con la tarea de ofrecerle algo de beber. Aunque no lo vio directamente, le pareció percibir cierto tono en su voz, algo que delataba, tal vez, lo poco acostumbrado que estaba a tratar de esa manera con la gente.

— No sueles hacer de anfitrión muy seguido, ¿verdad, chico anti fantasmas? —indagó con una risita, negando divertida con la cabeza—. Cerveza está bien —aceptó—. Pero sólo si me acompañas. No me gusta tomar en solitario.
— ¡Ah! Pues vaya, gracias. Supongo —repitió como él, sin verdadero afán de imitarlo—. Aunque a decir verdad, puedo acomodarme donde sea. Y tampoco es que haga falta acondicionar demasiado. No traigo mucho conmigo, ¿recuerdas? —dió media vuelta para mostrarle la pequeña mochila que llevaba cargando en la espalda, esa que apenas guardaba contadas mudas de ropa y un par de objetos personales. Todas eran las pocas pertenencias que no se habían visto afectadas por el accidente ocurrido en su edificio, mismas que gracias a un poco de suerte, había sido capaz de recuperar en medio de los escombros y restos de plasma de su apartamento.

Pero lo cierto era que, para ser el mayor de los Strauss el que al principio más reticente se había mostrado ante la idea de tenerla a ella invadiendo su espacio, Sabrina pensó que el recibimiento que le estaba dedicando era cuando menos considerado. Y es que Murdock había pasado de asimilar su compañía, a ofrecerle incluso su dormitorio para descansar
Él se había alejado del umbral sin decir nada, y a Sabrina no le faltó tiempo para interpretar la falta de palabras como una invitación a entrar por su cuenta. Así lo hizo, cerrando la puerta tras de sí para pasar a inspeccionar más de cerca el recibidor donde se hallaban; después de todo, quizá aún no hubiese visto suficiente como para determinar lo ordinario que era, o no, su nuevo hogar temporal.

Recién acababa de haberse puesto a mirar varios objetos de los hermanos –intentando adivinar qué cosa pertenecería a quién en aquel escritorio tan atiborrado–, cuando la voz de Murdock llamó su atención.
Desafortunadamente para su entusiasta e impaciente interés, Murdock no se apartó ni la dejó adentrarse de inmediato cuando removió el seguro de la entrada. Su cuerpo formó más bien una especie de barrera entre ella y el interior del sitio que le daría asilo, y Sabrina, incapaz de lidiar ya con tanta curiosidad, decidió no aguardar más e inclinó la parte superior de su cuerpo hacia el lado izquierdo, esquivando así la figura del chico para permitirse echar un vistazo dentro.

Sus brillantes ojos azules entonces no se encontraron –de nuevo– con el entorno que ella creería ver dado el peculiar trabajo que desempeñaban los gemelos. Este era mucho más... ¿normal? Y es que lo único que podía asociar a su ocupación, eran las armas y herramientas que el propio Murdock se encontraba depositando en la antesala.
Puntas, arriba. Talones, abajo. Puntas, talones, puntas, talones...

Así era como una emocionada Sabrina se balanceaba sobre sus pies mientras esperaba a que uno de los Strauss abriera la puerta del que se suponía era su refugio. Por supuesto, para entonces la inquieta mente de la rubia ya había imaginado como sería el lugar de descanso de los cazafantasmas. ¿Un búnker secreto? Lo había pensado. ¿Una base oculta tras la fachada de una fábrica abandonada? Lo consideró de camino. ¿Un centro de investigación sobrenatural protegido contra el tipo de entes a los que se enfrentaban? ¡Era su opción favorita!

Pero no. Resultó que la guarida de los hermanos era todo menos lo que había supuesto; se trataba de una residencia. Más concretamente, de una mansión. ¿Y estaba decepcionada? Pues no. No era lo que esperaba, pero todavía faltaba conocer el caserón desde adentro, motivo por el cual no dejaba de estar intrigada, tan llena de ansia como su delgado cuerpo podía alber
TL1557394 · M
— Bienvenida… supongo. Aquí la pasamos haciendo el tonto, supongo que es el lugar que acondicionaremos para ti. Mientras puedes quedarte en mi habitación… — Chasqueó la lengua y se encogió de hombros como si le restará importancia a un pensamiento privado. — Darien se fue con una… ah, salió y no volverá hasta mañana, seguro. Yo dormiré en su cuarto. — Se rascó la mejilla pensando en todos esos discursos que su abuelo le daba a los invitados cuando venían a visitarlo. ¿Qué más se decía? Se maldijo a sí mismo por el poco contacto social que sostenía a veces. ¡Claro! La bebida. — ¿Tienes sed? Tengo… cerveza y… al demonio, mucho alcohol. Pero no agua a menos que la quieras del grifo.
TL1557394 · M
Entró sin cederle el paso primero a la “señorita” y es que él no se andaba con modales falsos ni miramientos, la sala se mostraba sencilla realmente: un escritorio, un sillón largo de piel, muchas pertenencias de los chicos y un póster de calavera pegado a la pared. Era el recibidor pequeño, no habían entrado por la puerta principal después de todo.

Poco tardó en dejar todos sus instrumentos botados en una esquina: la mochila succionadora de plasma, las pistolas de fotones, etc; una vez que se deshizo del peso comenzó a sobarse los hombros y se dió la vuelta para encarar a la rubia que, aseguraba, había entrado detrás de él.
TL1557394 · M
Giró la llave dentro de la cerradura y pronto se escuchó un “clic” proveniente del seguro removido. Era la primera vez que llevaba a una mujer a su casa, a su guarida, y eso no le gustaba en absoluto; ni siquiera confiaba en ella puesto que apenas y la conocía, ¿era realmente seguro dejar que una extraña entrara en la mansión? Darien aseguraba que sí, que Sabrina tenía un no-sé-qué extraño que lo hacía confiar en ella; Murdock, en cambio, se encontraba reticente pues no era común en él entregar su confianza con apenas unas horas de haberse conocido.

Como fuera, ella se había quedado sin departamento por culpa de una de las misiones de los Strauss y al menos le debían dejarla quedarse ahí, con ellos, durante el tiempo que tardara la reconstrucción.

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