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SabrielWolrick · 31-35, F
Estaba sentada con las piernas cruzadas frente al objeto divino, sus ojos no habían apartado la mirada de él desde que logró arrastrarlo a la entrada del Reino de los Muertos. Ya no tenía las vestimentas de habitante de la Asociación, ahora portaba su indumentaria completa: la armadura color azul oscuro brillante, la espada atada a la cintura, la bandolera, el olmo y la pulsera metálica en forma de serpiente enredada en su brazo.

Tampoco había bondad en su mirada. El dios había demostrado no tener compasión.

¿Por qué la tendría ella?
SabrielWolrick · 31-35, F
De entre sus dedos se escurría la posibilidad de rescatar a Salias y la frustración resultante de ello provocó que los ojos de Sabriel se inundaran de lágrimas. No sabía cómo aquella divinidad había llegado a la Biblioteca ni por qué, pero nunca se había sentido tan decepcionada y perdida en su vida.

Lo había arruinado todo.

Con cuidado, recogió a Ranna del piso, guardándola en la bandolera. La campanilla se agitó de forma autónoma, intentando repiquetear. Sentía la vulnerabilidad de la nigromante y quería dormirla, pero la muchacha logró colar sus dedos e impedírselo, antes de sujetarla con las cuerdas de cuero. Apoyó una mano sobre la roca oscura, mirándola con nostalgia. No sabía qué era lo que había rodeado a Thanatos, pero por primera vez, Sabriel se sintió insignificante.

Sorbió su nariz, conteniendo las lágrimas que nunca escaparon de sus ojos.
[...]

Esperó a que despertara, notando cómo la rigidez de la piedra cedía cada par de minutos. [...]
SabrielWolrick · 31-35, F
Avanzó los pasos que le hacían falta para alcanzar al dios y arrebatarle el Libro, aprovechando que estaba dormido.

Fue demasiado lenta.

La nigromante fue consciente de que el dios, representante y fiel a sí mismo, había sido más listo. Ahora no sólo la deidad desaparecía ante sus ojos, también los conocimientos de los magos que ella había protegido con tanta celosía durante años... décadas... centenas. Gritó, asustada. Corrió hasta la figura con las manos y los brazos estirados, pero cuando llegó ya había perdido. Sus dedos chocaron contra algo rígido; se dobló uno de ellos, haciéndose daño. Negó con desesperación, recorriendo la superficie rígida con sus manos, vislumbrando cómo el rostro de la muerte desaparecía hasta quedar cobijado y oculto por una roca dura y oscura. Negó de nuevo, con la cabeza y con la voz, pero nada respondió.

Después de unos segundos, observando la roca gigante y oscura frente a ella, tomó una bocanada de aire profunda para tranquilizarse. [...]
T1572368 · M
a deshacerse de todo aquel objeto que pudiera influir en los dioses.

Sin embargo, para su sorpresa, el sonido de la campanilla al final se hizo presente. ¿Quién carajos se creía aquella mortal? Fue apenas un atisbo de ira lo que se presentó, el pesar de los párpados y la mente nublada cada vez se hizo más presente, empezando entonces a comprender que por el momento, había perdido. Y no le gustaba.

Kara comprendió la situación casi al instante y antes de que el dios cayera al suelo, desvanecido, la sombra de sus pies salió a su auxilio, envolviéndolo por completo, con el libro aún aferrado a su cuerpo, aislado de cualquier daño físico que pudiera recibir. La sombra que le envolvía se fue opacando, hasta parecer una cobertura de hierro, impidiendo ver el interior, ocultando a Thanatos de la curiosidad humana.
T1572368 · M
La desconfianza era evidente y aunque luchara por no parecer alterado, era obvio que ella notó su miedo. No, no era miedo particularmente a ella, lo era a quedarse en aquel lugar, tan lejos de su oscuridad bien amada y las almas discurriendo por sus patios.

Apretó el libro contra su pecho, dispuesto a negárselo una vez más, hasta que llamó su atención el ligero brillo del metal en su pecho. En la mitología, había algunas historias de ciertos dioses que se atrevieron a desafiar la supremacía de Zeus; uno de ellos había sido su hermano Hypnos. Impulsado por el deseo de contraer matrimonio con una de las hijas de Hera, había puesto a la disposición de la diosa una pequeña campanilla, capaz de inducir el sueño hasta en el mismísimo Zeus.

— Vaya sorpresa... —Su expresión fue de cierta ironía, creyendo incapaz de usar la campanita a la mujer. ¿Cómo es que habría conseguido aquel objeto? Después de que su madre tuviera que interferir para salvar a Hypnos de la ira de Zeus, lo obligaro
SabrielWolrick · 31-35, F
dejaba opción. Cuando no recibió respuesta a su petición, soltó el badajo y un repiqueteo suave y bajo se escuchó. La sacudió tres veces y seis veces resonó su sonido, como un cascabel. Ranna era la campana del sueño, regalada a los mellizos por el mismo Hypnos, dos vidas pasadas atrás. Era la más pequeña de todas las campanas y la más sencilla. Su construcción metálica, adornada por líneas que formaban los sueños más comunes, adornaban su superficie. Y su sonido, el más melódico de todos, hacía dormir a cualquier criatura que no perteneciese al mundo terrenal, a veces a ella incluida.

SabrielWolrick · 31-35, F
—No sé cómo hacerlo —y era cierto. Sabriel no tenía idea de cómo el dios había llegado hasta ahí, pues ella no lo había llamado. Pero la única forma de descubrirlo era trabajando juntos. A lo mejor, si lo tocaba, una visión acudiría a su mente y podría entender qué estaba sucediendo. Pero él la repelía. Sabriel se sentía sucia. La oscuridad estaba ascendiendo por sus dedos a causa del temor de convertirse en algo por lo que había luchado tantos años en no creer: ella era un error.

Notó cómo las sombras se movían y acudían debajo de sus pies, abandonándola a ella. No sabía quién era aún, sólo sabía que era una deidad. "La muerte" no le decía mucho, considerando la cantidad de seres divinos que abrasaban al Inframundo. —Por favor, devuélveme el Libro —, extendió la mano contraria, la que no acariciaba la campana. La sacó con cuidado, sosteniendo el metal con la pericia de sus dedos para que no sonase. Le dio la última oportunidad, porque Sabriel no quería hacer aquello, más no le...
SabrielWolrick · 31-35, F
moverse un ápice. Sus ojos estaban fijos en la criatura oscura que, presentía, estaba enojada con ella. La misma que ahora sostenía el libro, con el hilo dorado de la protección del gremio brillando con intensidad. Le pareció curioso que el objeto no reaccionara a su contacto: no lo repelía, no lo rechazaba. Pero no habían sombras removiéndose, sólo el hilo parecía arder con mayor intensidad. La nigromante no entendía por qué las cosas no estaban actuando como usualmente. A diferencia de ella, que no sentía peligro por su parte pero sí decepción, él parecía temerle. ¿Qué podía ser tan terrible en ella como para provocar esa emoción?

«¿Crees que necesito tu ayuda?», repetía la voz ajena en su mente, cada vez de forma más potente, cada vez produciendo más dolor. ¿La necesitaba? ¿Habría Sabriel malinterpretado su cometido en ese mundo? ¿Le habían mentido? Si la muerte no era su amiga y lo que hacía no era de ayuda, ¿qué era entonces?

¿Era... su enemiga?

...
SabrielWolrick · 31-35, F
A Sabriel le supo mal la palabra "brujilla". Era una mujer que mantenía la calma, pese a su juventud; pero por alguna razón, aquello encendió algo en su cerebro que la hizo fruncir el ceño, decidiéndose si estaba confundida o molesta. Quizá era por la inminente admiración que tenía con la Muerte o por su lealtad a su cometido. Se sintió decepcionada de alguien a quien imaginaría cercana. Lo único a lo que podía aferrarse era a él/ella y la rechazaba.

Sabía que tomaría el libro, pero no lo detuvo. En lugar de ello llevó sus dedos a la bandolera y acarició las campanas, deteniéndose cuando el cosquilleo fue más potente en Ranna. —No son mis amigos... —respondió, con mayor confusión. El libro de los muertos era una fuente de conocimiento, pero era engañoso. Nada de lo que aparecía ahí podía significar cosas buenas, era un libro con poder. Sabriel debía proteger tal poder. Desabotonó el cuero que mantenía a Ranna en su lugar, deslizando la yema de los dedos por la superficie, sin...
T1572368 · M
que lo dañara realmente, el dolor nunca había sido una molestia para él; pero la idea de que pudiera retenerlo ahí y alejarlo de su preciado reino parecía aterrarle. Alzó el rostro, desafiante, antes de por fin arrebatarle el libro de las manos y dar un par de pasos hacía atrás.

ーMe voy a quedar con esto, mientras tú encuentras la forma de regresarme. ー Y claro, no respondió la pregunta, pero en cuanto se alejó las sombras lo siguieron, se recorrieron y fueron a fusionarse en una sola bajo sus pies, aclarando la duda de la nigromante. En sus manos el libro no emitía ningún tipo de vínculo con el Hades, lo que sea que había abierto el camino al mundo mortal, también lo había cerrado ya. Se negaba a admitirlo, pero el vacío en el estómago le indicaba que algo no iba del todo bien.

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