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" The fire finds a home in me "
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JB1535635 · F
Lo que hice fue darles un poco de diversión a su aburrida noche —corrigió al instante el recipiente de Samael. En el momento en que Jenna aprendió a escabullirse de las reuniones de Alois, no permitió —nunca más— el desgastarse de la manera en la que sola una reunión de reencarnados podía lograr. «Muchacha engreída» la había reñido Zhar alguna vez cuando pudo atraparla antes de perderse en un portal. ¿Y qué si lo era? ¿Acaso tenía que aspirar a ser la mejor versión de ella misma cuando esto no haría cambio alguno en su condición de maldita? No, por supuesto que no. Jenna podía sacar optimismo hasta de los rincones más sucios y abandonados y ofrecer esos ánimos y apoyo a alguien que mantuviera en su radar; sin embargo, consigo misma la historia era diferente. Se requería de habilidad para poder esconder eso y exteriorizar la imagen de alguien con una exagerada confianza en sí misma hasta alcanzar una naturaleza despreocupada por lo que se encontrara a la vuelta de la esquina.

Tenía una —terrible— idea de por qué el pirómano en fuga estaba ahí. No quería aceptarlo. Quizás si se quedaba ahí completamente quieta, Stephan se contentaría y se largaría más rápido de allí. O quizás recuperaba la energía suficiente para formar otro portal y largarse en este antes de que él sugiriera quemarla como en los buenos y viejos tiempos. Ella continuaba barajando las opciones en su cabeza, tan concentrada que se le pasó por alto perfilar una cínica sonrisa en el rostro por su descontento, que no reparó en cómo el platinado tomaba la ventaja y... bueno, la condenaba a pasar todo el resto de la velada a su lado—. ¿De qué estás hablando? —escupió, molesta en dirección al reencarnado. ¿Ella? ¿Irse con él? ¿Zhar finalmente se había hartado y había decidido dejar su integridad en las manos de esa sabandija? ¿Y la integridad de Stephan en las manos del recipiente de Samael? ¿De verdad?

Dos entran, uno sale.

Jenna sonrió, de esa manera que hacía cada vez que prometía problemas:— Podrías decirle al carcelero que me perdiste de vista o en un bosque. ¿No te parece conveniente? — La reencarnada enarcó una ceja, manteniendo esa sonrisa y convirtiendo toda su expresión en una que solo un demonio podría crear. Capaz y lo estaba haciendo—. Recuerda que mi último niñero perdió la cabeza —advirtió con una falsa diversión. La única que podía sacar en ese momento dado su más reciente fracaso con el guardián de portales que había decidido renunciar de ella.

La eterna volteó en dirección a lo que podía observar frente a ella, aún sin moverse de su lugar. Sabía que no había trato alguno que fuera lo suficientemente persuasivo para que Stephan dejara de ser, por una noche, uno de los soldados del líder de la asociación. Por un momento estuvo tentada a descubrir qué sucedería si se quedaba en su lugar, haciendo de oídos sordos o respondiendo de tal manera que contrastara el desastre de imagen que en esos momentos proyectaba. Sin embargo, la idea dejaba de ser atrayente cuando entendía que seguro y la quemaba ahí mismo sin mayores contemplaciones convirtiendo de su muerte, una patética que recordaría con amargura la siguiente vez que reencarnara—. ¿No decían que los hijos de Lilith eran más listos o algo por el estilo? — Preguntó con sarcasmo. — Porque acabas de ser un estúpido al darme esa condición. La siguiente vez le preguntas a Linden cómo hacer bien tu trabajo —se burló después de reincorporarse en toda su gloria de una desastrosa melena, ojos azules cristalizados y unos labios hinchados por las mismas mordidas que ella les había dado en su intento de acallar sus sollozos.

La reencarnada caminó hacia el Decker, sintiendo cómo algo dentro de ella se removía. Quizás era Myrcella por tener a Claude tan cerca. Quizás era alguna otra vida pasada que había tenido el infortunio de encontrarse con él y tener que soportarlo. Quizás era la combinación de incontables voces que le pedían que se largara de allí sin voltear. Odiaba cuando todas sus vidas pasadas le sentenciaban lo que tenía y lo que no tenía que hacer. Odiaba cómo algunas cosas venían selladas desde que volvía a descubrir una nueva vida y no tenía la libertad absoluta de decidir lo que era bueno y lo que no. Stephan había venido como algo sellado. Una promesa de peligro y de odio. Odiaba que tuviera una especie de influencia en ella. Odiaba colocar una mano en su brazo para establecer ese contacto que se necesitaba si deseaba irse en el mismo portal que él iba a crear. Odiaba tener que cooperar.

Pero no tenía salida.

Dejó que el portal la envolviera junto al platinado y cuando volvió a sentir la superficie bajo sus pies, abrió los ojos. Alrededor de ellos no había nada más que lava volcánica seca. Tibia, como si bajo todas esas capas oscuras todavía estuviera algo circulando. En el horizonte apenas se asomaba el sol dando anuncio a una nueva mañana. Ella volteó en su dirección, lista para que él llegara a sus propias concl
 
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