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; 𝗘𝘁𝗲𝗿𝗻𝗼𝘀
一. Stephan Decker ┊ Claude.
 
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Sin embargo su único arrepentimiento fue no haber podido estar más tiempo con ella, no haber podido hacerle el amor antes, no haber entrelazado sus dedos entre sus largos cabellos negros y delinear con sus labios la suave piel. Sin embargo daba su último respiro aliviado cuando le fue prometido que Cordelia no sería lastimada. Poco sabía él que era una promesa vacía.
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¡No la lastimes! ¡Maldito cobarde, no te atrevas a tocarla! — Tembló con el solo pensamiento de que alguien pudiera herir a Cordelia. Su piel se empezó a tornar tan blanca como la nieve que azotaba el reino durante los más fríos inviernos. Sus músculos se hincharon haciéndolo difícil de reconocer. — ¡Lastímame en su lugar! ¡Hazme sangrar, gritar hasta que mis pulmones dejen de funcionar! ¡Puedo soportarlo, pero por favor…! Por favor, te estoy rogando, no la lastimes a ella. — Su voz se fue apagando y sus ojos hallaron oscuridad cuando un golpe más conectó con su ensangrentado rostro.

Fue entonces que Claude descubrió el sentimiento de aquella noche donde apostaron todo por su libertad, era miedo. Claude era un guerrero, Claude se enfrentaba a la muerte constantemente y pese a ello la única vez que sintió miedo, terror incluso, fue cuando halló su muerte en las manos de aquel que codiciaba a su amada.
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La Luna había sido testigo de su escape, de aquella noche en que Claude fue carcomido por la idea de que alguien más tuviera a Cordelia. La desesperación fue lo que despertó la llama y el eterno amor por ella lo que finalmente lo hizo despertar de su estupor, el calor se esparció por todo su cuerpo, una sensación que le era familiar durante sus incontables batallas, pero había un dolor en su pecho desconocido para él.

Claude no se detuvo a averiguar cuál era ese sentimiento, decidió enterrarlo así como su mismo tronco lo hizo en el cuerpo de su amada. Estaba enamorado de ella, no hacía falta decirlo, sus ojos hablaban por él. Reflejaban su adoración y pasión que durante tanto tiempo fue difícil disimular su existencia.

Un pobre humano, mísero y parco, que encontró su suerte en los labios de una mujer que tenía prohibido incluso mirar. Entre sus más viles acciones, entre un amplio número de pecados, amar a alguien fue su ruin condena.

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