Miró hacia atrás, en dirección a donde Vivian yacía desvanecida, acunada en su pelaje a rayas. Una mueca suave se plasmó en el enorme rostro que hace unos minutos atrás había lucido feroz; una sonrisa.

Con cuidado se agachó, se llevó una pata hacia atrás y dejó a la coneja en el suelo. Tomó la túnica y acomodó los bolsos en el suelo y a los pocos segundos adoptó su forma humana, envolviéndose en la prenda. Se colgó los bolsos a la espalda y cargó a la pequeña criatura felpuda entre sus brazos, le era más fácil cobijarla así.

El resto del trayecto lo hizo rápido, a pesar de ir a pasos humanos, pues ya con sus energías recuperadas -gracias a Vivian-, el cansancio fue nulo. Por momentos corría, estrechando a la coneja contra su regazo, con toda la delicadeza que su cuerpo le permitía. A veces disminuía la velocidad, se aseguraba de que nada los acechara y luego continuaba. Con una de sus manos, sin darse cuenta, acariciaba el suave pelaje blanco (...)