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Igone · 22-25, F
Y para continuar, paseó por la resplandeciente melena leonada cuyos destellos dorados podían cegar al hombre más rico del mundo. Morgana jamás heredó tal deleite. No. Y nunca sería producto de ambición, aunque aún existiese un mero ápice de amor hacia su familia.

¿Y qué era ella?

Una sombra. Una desconocida. Ni si quiera el rugido de los leones se marchitaría ni su luz extinguiría. Solo cuando Camelot se resquebrajase bajo su propio peso, el fulgor de Inglaterra se bañaría en las sombras del crimen y la corrupción. Y aquel sería su momento de gloria.

—Él sería el candidato perfecto para formar parte en el Círculo. Es fuerte, valeroso y de un noble corazón. Un caballero dedicado a su pueblo, el que libere del castigo de Dios a aquellos quienes se pudren en sus propios desechos.

Morgana era conocida por su viperina lengua, tan afilada como una avispa. Fácil era sucumbir a sus palabras, llenas de juegos de engaño y falsedades que condenan a todo el que las siga con oídos at
Igone · 22-25, F
En el fulgor de la contienda, la sangre que fluía por sus venas ardía frenética ante entelequias que se disolvían en la presente realidad. Palpaba en el tacto cómo el calor bajo las ropas podrían incluso llegar a consumirlas. La hermana de la reina se revolvía en sus deseos, mordisqueándose el labio y hundiendo las largas uñas en sus palmas. Nadie se percató del dolor que lograba apaciguar sus más oscuras fantasías.

—Mordred es un gran luchador —Susurró al oído de su hermana— tal y como lo fue tu padre.

No aguardó a la reacción, Mordred comenzó a hablar y sus palabras infundían respeto, reproducido en silencio. El orgullo en su gesto se fundió tan pronto como Mordred se dejó llevar por la tentación de un arrebato hacia el caballero de la Mesa Redonda. No perdería la compostura, ni aunque se dictase la más de las duras sentencias contra su hija. Siempre existía una salida. Siempre.

Por unos instantes, una mirada resbaló hasta la corona de la reina. [...]
SW-User
—Presento mis respetos al Rey y a sus Caballeros. He demostrado con mi victoria que como todos los vencedores soy digno de la oportunidad de probar que mi espada será una extensión del Rey mismo y mi escudo un protector de su pueblo. No mancharía las tierras de nuestro Señor de sangre... ¿Qué tan estúpido cree que soy, Sir Bedivere?— Después de su discurso honorable soltó aquél comentario que despertó un par de risas que callaron enseguida.
SW-User
Soltó una risa que sonó metálica a causa de la armadura y que solo el Caballero que yacía en el suelo pudo escuchar, más no envainó su espada, amenazó llevando el filo al cuello del hombre. ¿Debía enseñarle una lección? Así aprendería a respetarle...

Había olvidado incluso donde estaba, la batalla había nublado sus sentidos y aún tenía la sed de sangre en los labios cuando la voz de un hombre joven la devolvió al mundo real. Si su rostro hubiese estado descubierto se habría notado el desdeñoso gesto de Mordred, como si mirara una cucaracha que acababa de aplastar con su bota cuando retiró la espada y la clavó en el suelo, arrodillándose ante la corte, agachando ligeramente la cabeza en señal de respeto.
SW-User
No hacía falta demasiado para encender la impulsiva cabeza de Mordred y hacer que peleara solamente siguiendo sus instintos, de forma bestial y avasalladora. Parecía más un demonio que un hombre en el campo de batalla y aunque su adversario le sacaba un par de cabezas de estatura, no logró derrotarlo.

A pesar de eso si algo debía admirar del Caballero de la armadura dorada era su tenacidad. Por uno de sus ojos corría sangre atravesando su rostro y jadeaba por el cansancio, se había visto superado y a pesar de eso no dejaba de luchar, aunque sus fuerzas ya no eran muchas. Mordred finalizó el combate de forma ruda, quizás reprobable para la mayoría de los hombres del Rey, dio una patada con la pierna derecha en la boca del estómago de su contrincante. y la potencia del golpe lo alejó y lo llevó al suelo.
SW-User
Su madre le había dicho que ese sería su gran día, cuando por fin podría luchar por la oportunidad de unirse a las filas de los Caballeros de Camelot y comenzar así a cumplir el Destino que había sido escrito para ella. Sus órdenes habían sido claras, no podía voltear a mirarla un ápice. Morgana debía ser una completa desconocida en aquélla contienda. Tampoco tenía permitido matar, sabía que su hijo era impulsivo y un error como ese alertaría a la guardia y al Rey y probablemente lo expulsarían del Reino, y por último, no debía quitarse el yelmo hasta que estuviese a solas con los Caballeros.

Mordred danzó en el campo de batalla contra su oponente, un Caballero que portaba una opulenta armadura dorada y que le había provocado al principio de la lucha jactándose de sus habilidades. La furia le recorrió.
SirBedivere1558961 · 31-35, M
—Ustedes dos, sepárense. Y tú, ¿qué crees que estás haciendo?— Preguntó con aparente calma. Dio un largo suspiro y acomodó un largo mechón de cabello detrás de su oreja, el calor adicional de la armadura lo estaba haciendo sudar. —Has captado la atención de nuestro Señor, pero mi palabra es final. No reclutamos asesinos.— Su mirada gélida se dirigió al hombre sometido echado panza arriba en el suelo, totalmente desprotegido y amenazado por el filo de la espada de su rival.
SirBedivere1558961 · 31-35, M
Ignoraba cuánto tiempo llevaban combatiendo, pero el sujeto con casco que asemejaba a un toro había superado en todo aspecto a su contrincante. La forma en que atacaba, incluso la manera en que concluyó el duelo no lo aprobaba, y sabía que no podría expulsarlo como al resto, pues Su Majestad y Lady Morgana lo observaban casi maravilladas, seguramente impresionadas por la tremenda fuerza que demostró.
SirBedivere1558961 · 31-35, M
Cumpliendo con su papel de analista y juez, Bedivere eliminó de las pruebas a treinta hombres, y el número iba en ascenso

En segunda instancia estaba la stamina de los guerreros; para Bedivere, un Caballero que inicia la pelea como caballo de carreras y termina sin aliento al paso de unos minutos era inservible, por lo que también expulsó del campo a todos aquellos que no podían seguir el ritmo de una pelea real. Sabía lo que Altria necesitaba, incluso si ella lo ignoraba, y es por esa razón que no estaba satisfecho con la demostración de un hombre de mediana estatura que recién había visto. Era casi tan pequeño como su Rey y usaba un yelmo con cuernos.
SirBedivere1558961 · 31-35, M
EL DÍA DE LA SELECCIÓN


Las horas transcurrieron y no hubo un solo momento en el que se dejaron de escuchar el choque de espadas y gritos impetuosos. La tarea de un analista era simple, aunque algo complicada; en primera instancia estaba la altura de los hombres. Según el patrón que descubrió Sir Bedivere, las personas que no alcanzan la altura mínima de un metro con ochenta centímetros no podrían ser aptas para adquirir el título de Caballero. Sir Bedivere, a diferencia de sus hermanos que estaban a los costados del Rey, se encontraba paseando por todo el campo, portando una armadura en apariencia menos aparatosa que las del resto; los fuertes rayos solares acariciaban su castaño y largo cabello que sujetaba con un simple lazo, dándole un aspecto 'llamativo', por decirlo de una forma menos ofensiva, pues hubo algunos participantes que lo confundieron con una mujer... Una muy bonita.

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