—De verdad te encanta el verano, quizá van dos o tres veces que lo repites.

Seguro un monólogo airado de lo maravilloso que es dormir bajo el sopor del verano.

—¿Y sí justo ahora pasara cuáles serían tus últimas palabras?

No. Si ha de pasar, pasará.

—Lo es. Al menos a nivel espiritual. Sin alma que purificar, estamos condenados a un eterno vacío en caso de morir. ¿No te asusta eso?

Lo dices como si fuese tan terrible. Yo no me siento caída en algo.

—Es importante mi trabajo —Anexó él llevándose la mano al mentón—, así evito que otros caigan en lo que tú y yo caímos. Mi trabajo es guiar y que tomen la ruta correcta de su destino.

Tengo muchas dudas. Es curioso encontrar alguien que no duerme. Hasta los árboles duermen en invierno. ¡Impensable! Cambiar una siesta por trabajo...

—Sineád —con voz calma, tantas preguntas y poco tiempo para responder—, tan enérgica pareces que ya entiendo porqué no duermes bien. No, puedo dormir sí así lo quiero, pero trabajo tanto que prefiero no hacerlo. Hace muchos veranos que no descanso acostado en una hamaca.

¿Cómo? ¿No? ¿Ni poquito? ¿No te cansas? ¿ No te da por querer dormir en la tardes de verano?