Sus escamas rojas erizadas y el intenso calor que emanaba detonaban que estaba listo para pelear, pero se mantenía a margen por el momento. La piel de su hocico se alzó, mostrando sus encías, su hilera de enormes y filosos colmillos, capaces de penetrar las más duras pieles. Desde su garganta surgió un estruendoso rugido de advertencia; si el dragón desconocido se acercaba sólo un poco más, iría contra él y no se detendría hasta hacerle huir o matarlo, lo que ocurriera primero.