Ni un poco interesado en dejar el templo, por desgracias del clima y aversión general al mundo exterior; por lo que queda de noche se dedica a dormir, extrañamente tranquilo.
Musitó sin verle. A pesar de lo restringido que solía sentirse con él, luchaba contra esa naturaleza. Además, decenas de miles de años de experiencia le habían enseñado que de poco servía ocultar verdades; era mejor sólo decirlas.
—No me gustaría que vieras esto en primavera.
Pensó en él como un niño, danzando entre los cadáveres de humanos y otras criaturas que reposaban en su patio. Lo llevó de la mano al interior de su hogar y allí le enseñó el tesoro que guardaba. Tanto metales como piedras preciosas que había robado y que le habían ofrendado. El brillo de esas cosas relucía en su propio ojo carmín y le provocaba una sonrisa.
