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SenelElohim · 31-35, M
El camino no era intricado; pero Senĕl podía entender que, para alguien recién llegado, fuese complicado distinguir entre las monótonas paredes grises y las puertas numeradas con sencillas placas de latón; al menos así era en el complejo de oficinas, dado que el frente era más parecido a una estación de policía y, por ello, veía más ajetreo.
Caminando con ella, no tardaron en llegar a un atrio, que lucía aún mejor bajo la luna, a su parecer: se trataba de un espacio abierto, con un jardín primorosamente cuidado y un cenotafio dedicado a los agentes caídos en el deber. Senĕl siempre acudía a aquel lugar cuando requería un poco de paz; cosa que se notó en la serenidad de su expresión apenas sentir la brisa nocturna, y en la calma que adornó sus palabras al hablar de nueva cuenta.
—Es una noche agradable. Lástima que esté demasiado cansada; es ideal para dar una vuelta por la ciudad. Será en otra ocasión.
Caminando con ella, no tardaron en llegar a un atrio, que lucía aún mejor bajo la luna, a su parecer: se trataba de un espacio abierto, con un jardín primorosamente cuidado y un cenotafio dedicado a los agentes caídos en el deber. Senĕl siempre acudía a aquel lugar cuando requería un poco de paz; cosa que se notó en la serenidad de su expresión apenas sentir la brisa nocturna, y en la calma que adornó sus palabras al hablar de nueva cuenta.
—Es una noche agradable. Lástima que esté demasiado cansada; es ideal para dar una vuelta por la ciudad. Será en otra ocasión.
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