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Rumania; 10:15 p.m.

El sonido de tacones hacía eco en el Gran Salón, interrumpiendo el tic-tac del segundero de un reloj antiguo que se quedaba atrás en velocidad y potencia. Mercy Băutor parecía tener mucha prisa por llegar hasta los libreros que adornaban el fondo del sitio, y siendo que muy pocas veces se le veía tan determinada, los guardias que custodiaban esa ala se sentían extrañados y expectantes. ¿Qué estaría pasando por esa cabeza pelirroja suya? Ni ella lo sabía realmente; estaba convencida de que estaba loca por querer intentar lo que estaba a punto de hacer, pero no quedaba otra alternativa. Viera por donde viera, tenía que ser ella la única capaz de detener a Høghart y era imperativo que fuera Mer quien la ayudara a cruzar a su plano. Nadie más podía.

“Te escribo esta carta desde Islandia, Mercy Băutor, arriesgando mi cuello en el proceso. Jamás le he considerado un traidor y he servido parte de mi eternidad a mis Dioses y a mis principios… Aún así no logro pegar ojo por las noches pensando en lo que acabamos de encontrar y en las manos que lo resguardan cuál si fuera un objeto digno de fanatismo. Høghart tiene en su poder el Grial, sí, ese del que se hablan en otras religiones; ese que se supone puede cambiarlo todo. Es real, Mercy, no son cuentos de hadas y si no lo detenemos nos llevará a todos a la ruina. Una vez te regalé un objeto sagrado, ¿recuerdas? Te dije que era para tu colección: un pedazo de la lanza que perteneció a una gran guerrera. Invócala, Mercy, peleen juntas por conseguir el Grial. Abajo te adjunto indicaciones para el ritual. Te deseo la mejor de las suertes, nos veremos pronto.”

En la cima del librero se encontraban varias cajas de cristal con objetos dentro; tuvo que repasar todos y cada uno para dar con el correcto y bajarlo de ahí con sumo cuidado. Una vez teniendo el pedazo en su palma, y fuera de su sitio de reposo, el siguiente paso en la hoja le indicó que tenía que dibujar un sello igual al que su amigo había trazado en el sobre; no le significó problema alguno ensuciar los pisos con tiza, ya lidiaría con la molestia de sus hermanas por ello después. Lo último era poner la pieza en el centro y después recitar unas palabras, ¿pero qué? Ninguna frase había sido escrita y tampoco le salía ninguna de la mente en ese momento de urgencia. Suspiró una, dos, tres veces, tratando de calmar la tensión de su cuerpo y las ganas que tenía de beber sangre nuevamente, - pese a estar llena merced a su reciente cena – y al final supo que posponer la invocación por sus ansias de perfeccionismo era una reverenda estupidez. Terminó por estirar su mano y empezar a hablar:

—Permite que sea declarado ahora; tu carne estará bajo mi servicio, y tu destino se encontrará bajo tu lanza. Ríndete ante el llamado del Santo Grial. Responde, si estás dispuesta a obedecer a esta voluntad y a esta verdad.

El sitio acusó un temblor inusual y los guardias se pusieron a la defensiva. ¿Qué cosa se le había ocurrido ahora a la menor de las Băutor? No era diplomacia, no era ir a hablar para lograr la paz, porque con Høghart no se podía hablar. Él era una bestia y las bestias solamente entendían a golpes; iba a invocar a alguien que pudiera ayudarla a enfrentarlo y ganar. Iba a traer a Scáthatch.