No existía fuerza que pudiera sostenerla en aquellos momentos mejor que su padre. La calidez paternal, que solo pudiera haber experimentado en los brazos de su hermano y Magneto, la enternecía con relativa sencillez ante su ausencia y anhelo de ella. Wanda siempre había tenido a su hermano, y alguna vez disfrutó el privilegio de los llamados a sus padres en sus labios. Recuerdos tan insignificantes como casi inexistentes.
Tendida sobre él cual pilar caído, no halló fuerzas para responder a su abrazo, sollozando sobre su hombro. No hubo sal en su gusto, solo el lastre de sus extremidades siendo abatidas por la gravedad, propio de una persona que es miserable y de emociones cada vez más marchitas.
—¿Cómo vamos a hacer eso? ¿Matándolos? ¿Esclavizándolos? Papá, no sé qué podré cosechar de eso si ellos ya no están. Los quiero a ellos, lo que me hicieron sacrificar.
El ambiente se respiraba, atenuado en una magia que se apagaba. La intensidad de su tristeza que una vez lo hubiera
— El resto no merecía tu misericordia —un suspiro largo, profundo y lleno de melancolía salió desde lo más profundo de su ser.
¿Había algo más doloroso que ver sufrir a uno de tus hijos?
— Mi pobre hija —se sintió el gran peso del mutante en cuanto aterrizó frente a la castaña. Arrastró los pasos hasta acortar la distancia con su pequeño cuerpo, quisiera ella o no, su instinto de padre necesitaba contenerla. Y aún sabiendo que podía ser rechazado, la rodeó con sus fuertes brazos—. Te han condenado, porque eres un mutante.
Manipulador hasta la médula. Aprovechaba el dolor y la susceptibilidad de su hija para alimentar su propio odio y sed de venganza.
— Los haremos pagar a todos —prometía en medio de murmullos a los oídos de la Bruja Escarlata mientras repasaba su melena larga y ondulada con sus dedos enguantados—. Y recuperaremos a NUESTRA familia. Tu padre estará contigo.
—Se han ido. Por el bien del resto se han tenido que ir—fuera o no lo correcto, se restaba importancia cuando solo podía enfocarse en el precio, y que su padre lo alimentara así—. Me envenena por dentro la idea de solo pensarlo. ¿Por qué todo tiene que ser en mi contra, padre? ¿Por qué? ¿Por qué en mis deseos y sueños la gente tiene que salir herida?
– Escúchame bien, Wanda –avanzó hacia la castaña sin más, imponente, con seguridad, alargando una mano hacia su barbilla para impedirle que siguiera evitándolo con la mirada–. Uno nunca pasa la página con los hijos. No está en tu sangre rendirte, ¡eres mi hija! Se trata de mi familia, y yo no olvido ni perdono.
Un suspiro tembloroso. Por un momento desconectó del contacto visual, frunciendo los labios.
–Sanar en la medida de lo posible. Pasar página. Es una parte de mí la que se ha ido, y tengo que vivir con ello. Tú apareciste en mi pensamiento, después de tanto tiempo.
–Han cambiado tantas cosas, padre. Ya no soy una niña que no sabe de lo que habla. Ahora conozco tu dolor, y va a permanecer en mí carcomiéndome el corazón. Creí las cosas claras antes. Estaba equivocada.
