—Esto es inaudito.
Murmuró, deslizándose por el suave césped que permanecía mojado debido a las gotas de agua que el extraño había salpicado en su salida del lago. Xi estaba consciente de que existían otras deidades además de aquellas que velaban en ese lugar, pero jamás había visto que los territorios se viesen invadidos con tal cinismo así que no tenía exactamente clara la acción a seguir. En antaño hubiera armado un gran alboroto y no se lo habría pensado dos veces antes de atacar; sin embargo, los cambios debían hacerse y ella, tras los eones, se había decantado por una actitud más serena y estoica.

—¿Quién eres?, ¿qué haces en mis dominios?
Cuestionó con la mirada fija en el extraño que emanaba un aura extraña pero casi divina y, por si fuese poco, se pasó los dedos por un mechón de su blanca cabellera, mostrando sutilmente las garras doradas que enfundaban sus uñas.