Realmente esa ira crecía y crecía, anidando en su pecho volviéndola cruel y descuidada, Daki vio su acometida llegar a solos unos centímetros de distancia de su hermosa cara y con un vendaval de una de sus fajas lo expulsó, chasqueando la sacudida sonoramente por todo el largo de su tensionado telar. —¡¿Por qué no te quedas quieto ahi?!...Jodido niño voy a degollarte. ¡Se me acabó la paciencia!—Se balanceo sinuosamente sobre ambos flancos y se agazapo rastreramente hacia el suelo para anclar un pie entre ambos suyos, arrastrandolo con fuerza para volcar abajo su equilibrio. Acto seguido, como una bestia indómita se incorporó arqueando su columna para razgar con sus uñas al ras del pecho del intruso. La tela oscura de su uniforme iba a quedar hecha jirones si no la detenía en seco.