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hechos que toda persona pudiera ser capaz de imaginar, solo que con un Elvis como sacerdote. Algo que nunca habría concebido bajo su propio criterio, pero cuán divertido resultó. La novia se reiría sin parar el resto de la velada, por tan extravagante anécdota que ahora podría ser capaz de contar a sus amigos y posible descendencia los próximos años. El amor ardía en su pecho con el poder que solo el Fénix podía hacer ser, que sepulta en penumbra las estrellas. Su felicidad se contagiaba continuamente con la de su al fin marido, Scott. Incesante al retroalimentarse, eran sensaciones tan intensas que la telépata inconscientemente despedía y repartía a cada uno de los presentes. Un detalle la mar de simpático, fue cómo el Elvis se limpió una lágrima, conmovido por el efecto que producía tanta felicidad concentrada en una única sala. Y la pelirroja, que no pudo contenerse, le depositó un beso en la mejilla desbordante de ternura. La recién casada sirvió y bebió, compartiendo con [...]
 
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