—He ahí el error, Yuna —emitió, pese a casi interrumpirla, más había tomado su tiempo antes de replicar—. El poder de una deidad ‹sin aparente poder› reside en la manera de jugar sus cartas por medio de la labia, y la influencia que crece conforme logra obtener un séquito que la siga. Ese es el poder; mover a las masas a placer, no sólo decirled lo que desean escuchar. —En su diván, Sumie se encuentra relajada en apariencia, pero si algo que la mantiene atenta y con la mirada fija, es la presencia de la alfa. —Ese es su poder; creo yo, uno de los más codiciados.
No pidió permiso, en realidad jamás había considerado necesario anunciar su entrada. Yuna simplemente se dejó caer en uno de los lujosos sillones que decoraban la habitación, extendió sus brazos en el respaldo cruzando una pierna sobre la otra. — Una deidad puede carecer de poder pero su influencia... — ladeó su cabeza con curiosidad, distante parecía en sus pensamientos. — La deidad haría todo lo que fuera por tener la aceptación de sus fieles seguidores para que estos repliquen sus atroces actos en el futuro en su nombre. Dónde hay deidades, habrá caos. —
—No he conocido a una deidad que no aspire a la grandeza, la perfección, el egoísmo por lo que, en efecto, le llaman deidad. Quizá es esa falta de tacto y humanidad de lo que carecen —dio una calada a la pipa, y pronto soltó el humo por medio de la boca para continuar—... ¿Qué hace predecible a una deidad? Más allá de su poder.
