Apenas el monje se inclinó para perder altura, la castaña se afirmó de su brazo. Con su mano libre le acomodó el auricular en el oído, y su sonrisa se acentuó aún más cuando su novio la atrajo firmemente hacia su cuerpo, apoyando una palma sobre su pecho–. You are my moonlight... Moonlight –repitió tal parte de la canción, con una voz dulce y armoniosa mientras ganaba altura al pararse sobre sus puntas, de modo que pudo robarle un corto beso a su ajeno en la comisura de sus labios–. Te amo. Vayamos a comer algo o te morderé.