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RsS1583505 · 26-30, M
[...] como se debe.

Acariciarla, besarla, jugar con los pechos; Rufus fue capaz de todo eso a la vez, guiado por su tesón y por los enormes, recalcitrantes deseos de hacerla ceder del todo. Que ella le opusiera resistencia, por más mínima que fuese, solo servía para hacerlo redoblar esfuerzos; que ella buscase maneras de intentar escapar siquiera por unos segundos a sus avances, solo era un motivo más para arrinconarla, hacerla suya sin remedio. Así que, completamente concentrado en sus labores, con los sentidos llenos de ella, el varón porfió, separándole los labios íntimos con la misma pericia que demostraba en los de la boca; hasta encontrar el centro, la delicada flor digna de recibir sus yemas intrépidas, que de inmediato buscaron lubricarse para acometer la exquisita tarea de reconocer, frotar, estimular.
 
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