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RsS1583505 · 26-30, M
[...] como se debe.

Acariciarla, besarla, jugar con los pechos; Rufus fue capaz de todo eso a la vez, guiado por su tesón y por los enormes, recalcitrantes deseos de hacerla ceder del todo. Que ella le opusiera resistencia, por más mínima que fuese, solo servía para hacerlo redoblar esfuerzos; que ella buscase maneras de intentar escapar siquiera por unos segundos a sus avances, solo era un motivo más para arrinconarla, hacerla suya sin remedio. Así que, completamente concentrado en sus labores, con los sentidos llenos de ella, el varón porfió, separándole los labios íntimos con la misma pericia que demostraba en los de la boca; hasta encontrar el centro, la delicada flor digna de recibir sus yemas intrépidas, que de inmediato buscaron lubricarse para acometer la exquisita tarea de reconocer, frotar, estimular.
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[...] hacerla estremecer; por el contrario, una vez que su lengua adquirió el consabido, erótico ritmo con el que se adueñó de la opuesta, sus dedos hicieron otro tanto, volviendo a los pechos para compensar la ausencia de su boca y jugando con ellos; mientras que el estímulo de su otra mano se recrudeció, con la obvia intención de evitar que la inocente estratagema de Tifa tuviese el resultado deseado.

¿Qué hizo para ello? Sencillo: con toda destreza, buscó el elástico en la zona del puente de las bragas, encajando su dedo entre éste y la delicada vulva; de tal modo que pudo tirar, apartarlas a un lado, y así desnudar la tan deseada femineidad ajena ante sus deseos tenaces. Sabía que ella estaba húmeda, lo había comprobado por sí mismo desde hacía rato; pero aún así, no pudo evitar sentirse deleitado y sorprendido al sentir el almíbar de Tifa dándole la bienvenida a sus dedos, cuando éstos se dedicaron a frotar los labios en una caricia traviesa previa a ocuparse de la joven [...]
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Quizá no lo diría en voz alta —al menos no en ese preciso momento en que su boca se ocupaba de tareas más importantes—, pero oírla gemir fue un placer tan enorme para él, que esos deliciosos quejidos bastaron para hacerlo estremecer e incentivarlo en su tarea de seguir provocando la humedad, los deseos de Tifa.

Pero la oyó lanzar esa pregunta ingenua, y una breve risa subió a su garganta, haciéndolo detenerse; no sin antes dar una lamida tan traviesa como prolongada al pezón, antes de alzar la mirada y declarar con tanta seguridad como orgullo: —Que nos escuchen. Así sabrán que eres mía.

No obstante su deseo de continuar mimando los senos, ella se le adelantó, despreciando su respuesta y buscando ahogar los jadeos que él le arrancaba al besarlo una vez más; cosa que, a pesar de causarle cierta gracia merced al pudor que implicaba, resolvió concederle de buen grado, uniéndose a ella una vez más para devorarle los labios. Claro, eso no evitaría su empeño en [...]
prácticamente imposible, tendrían que lanzar abajo el escritorio), incorporándose un poco para obligarlo a incorporarse con ella... y buscó sus labios, de una manera quizá algo agresiva, las piernas rodeando su cadera con fuerza. Al menos así, de esa manera, no haría más ruido (ella).
Sentirse expuesta le causó una fuerte impresión, pero sentir sus labios le arrancó un gemido involuntario, bastante audible, el cual tuvo que cubrir con sus manos; sin embargo, no pudo siquiera callar un poco su propia voz, pues había comenzado a tocar su prenda interior, incitante, entre sus piernas... corroborándole que, de hecho, estaba ya demasiado humedecida tan solo por las interacciones de antes.

Era claro ya para él que la estaba enloqueciendo. Y eso le molestaba mucho, la idea de que tuviese el control de ella... lo tenía; su cadera cedía a las caricias de sus dedos, y sus labios solamente exclamaban, sin poder tener el control de ello, gemidos que intentaba contener.

—¿Y si... escuchan...? —Escapó de su boca sin control.

Sus piernas se tensaron un poco más alrededor de él, como si sus pensamientos fueran en contra de las reacciones de su propio cuerpo; sus manos temblorosas, sin embargo, buscaron afianzarse a él, como si de pronto fuera a caerse (aunque era[...]
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[...] prenda como una barrera que le permitiese ser más atrevido de lo que se permitiría si la estuviese tocando al natural.
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[...] que no tardó en recibir merecidas atenciones: su lengua asomó, dibujando la corona con lentas, enloquecedoras caricias, antes de decidirse a absorber la cúspide entre sus labios, succionándola con un deleite apenas comparable al que sintió al comprobar que era capaz de dominar a aquella mujer.

Pero si ese era su objetivo, por supuesto que no podría conformarse con eso: aún tenía una mano libre, y ninguna razón para desaprovecharla. Así, aprovechando la postura, la dejó vagar una vez más por el muslo, pero sin la calma de antes: esta vez corrió libre, alcanzando la entrepierna con emocionante descaro, para tocar por encima de la ropa interior. Dibujar los pliegues a través de la tela fue un placer que logró coordinar a la perfección con el andar de su boca, reconociéndolos a ciegas, imaginándolos y enloqueciendo con ello; hasta que por fino se dedicó, con los dedos medio y anular, a provocar más de esa humedad que tanto lo complacía, usando la [...]
RsS1583505 · 26-30, M
Ansias que él estaría encantado de atender. Por ello —y sin que Tifa pudiese ver la amplia, lasciva sonrisa que dibujó, al haberse cubierto los ojos—, no tardó en usar las habilidosas manos para bregar con el sostén, localizando el broche para soltarlo cuanto antes; recibiendo en pago la vista de los dos montes generosos dándole la bienvenida e incitándolo a continuar. Ni siquiera intentó disimular su apetito; más tardó en dejar los senos desprotegidos ante sus labios hambrientos, que en llevar éstos al derecho, haciéndose de él con una mano para facilitarse la deliciosa tarea de mimar los alrededores del pezón.

Comenzó por pequeños besos aparentemente al azar; pero todos ellos apenas y rozando la aureola, de vez en cuando interrumpidos por succiones firmes que, indudablemente, buscaban dejar marca en la tersa piel; una suerte de huellas, testigos de su paso y de sus acuciantes deseos de poseerla, enmarcando con un rojo elocuente la adorable, delicada dureza [...]
RsS1583505 · 26-30, M
Que Tifa se interrumpiera en la tarea de desnudarlo le hizo saber lo bien que él hacía su trabajo. Como por ensalmo, la arrojada chica se convirtió en una dócil, avergonzada gatita, dejándose hacer mientras parecía ofrecer sus curvas generosas a las manos de Rufus, quien, ni tardo ni perezoso, habría de tomar aquella oferta al vuelo.

Con el pantalón a medias y su erección aún parcialmente aprisionada, el varón se inclinó sobre la indecisa joven, decidido a retomar la iniciativa y conservarla de una vez por todas. —Claro. Muero por tomarte. —Admitió sin el menor reparo; sin mencionar —quizá por juego, quizá por algún resabio de cortesía— que a ella la veía igual o peor. Se lo decían la tela abultada en la zona de los pezones; la humedad traicionera que no podría disimularse demasiado en las níveas bragas; y, sobre todo, el dulce, traicionero carmín en los pómulos, que la mano de la joven no logró ocultar en absoluto.
corbata envuelta), como si quisiera cubrir la súbita vergüenza que había aparecido en su rostro, sobre sus mejillas ahora ardiendo en rubor y calor.

Ella misma estaba un poco desesperada, la incertidumbre jugaba con su cuerpo entre la desesperación por que la tomara (con fuerza) en esa mesa, de sus palabras que, en otras circunstancias, odiaría... y el deseo desesperado que la sacudía.

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