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¿Qué había hecho? Ella nunca, nunca había levantado la mano contra nadie y venía a hacerle semejante cosa a la persona que más le importaba. Se congeló en su sitio cuando la estupefacción se adueñó de su cuerpo, tanto que cuando se vio era arrastrada fuera de la habitación. No hizo nada para evitarlo, solo bajó la cabeza y ocultó el rostro lleno de lágrimas, ni siquiera reclamó cuando cada una de las palabras se le clavaron como dagas en el corazón. Estaba cansada, agotada, triste. Tenía una cosa muy en clara en ese instante, no lo quería ver, no en una buena temporada. Se colocó la prenda a toda prisa y sin importarle su rostro fue donde la única persona que podría ser de ayuda en ese momento: Su madre. Sin despedirse de nadie le pidió que la mandara donde sus abuelos en Japón, allá estaría segura y de paso huiría de la mansión durante un tiempo. Sin guardaespaldas, sin nadie conocido, solamente ella.
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El golpe no sólo lo hizo regresar a la realidad, también logró despertar algo dentro de él. Enfado. Uno que no comprendió realmente de dónde nació. A pesar de que fuera su guardaespaldas, ¿qué derecho tenía de agredirlo así? Llevó la mano izquierda hacia la mejilla, esa que ardía con fuerza y no tardó en comenzar a enrojecer. Retiró su mano, esa que miró sin comprender la razón del golpe, él sólo seguía lo que su razón y sentido común le dictaban. Pero ella no entendía. Se levantó, con la mano izquierda alcanzó la sudadera, y con la derecha le asió por la muñeca. Con pasos furiosos y pesados, se acercó a la puerta, esa que abrió completamente con la izquierda para sacarla a ella y así, sin decir nada, arrojarle la prenda para cubrirla.— No quiero hacer esto, solo quiero hacer mi trabajo. ¡Ya fue suficiente, Hanamiya-san! —Tomó la perilla, esa que usó para jalar la puerta y azotarla al momento de cerrar. Estaba furico, molesto. Desesperado por sus actos. Pero eran por su bien.
Su ceño se frunció ante las primeras palabras, que no eran las reglas decía y después le daba semejantes excusas baratas. Ella seguía siendo una Hanamiya, tenía su orgullo como todos en esas familia, aunque siempre lo dejaba de lado y Regulus no hacía más que lastimar una y otra vez ese orgullo. No pudo contener el impulso y dejó que la diestra se abriera llevándola al rostro del muchacho, buscando darle una sonora bofetada en la mejilla izquierda.— ¡No me faltes al respeto! ¡¿Por mí bien dices?! —No pudo contener su temperamento, nunca le había gritado, nunca se había mostrado tan molesta pero incluso ella tenía un límite.— No soy ningún "esto" soy alguien. No son un "esto" son mis malditos sentimientos. —Con la ira a flor de piel se incorporó y lo miró fijamente.— No me uses "mi bien" como una excusa barata. ¡Detente sino quieres! ¡Si te causó repulsión! Pero no me vengas con algo tan infantil.
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Ni siquiera tenerla delante pareció calmarlo, por el contrario, aquello le causó aún más desazón. Torció los labios con cierto desagrado y apartó la mirada.— No es por las reglas, tampoco porque sea una niña o no. Solo... Solo no debería suceder esto. —Suspiró. Allí dejó escapar la tensión que le demandaba perder la paciencia, esa que le obligaba a salir o sacarla a ella por la fuerza. Terminó por llevar sus manos hacia los hombros de ella y volvió a negar.— No sé qué podría ocurrir después de... Esto. Todo podría cambiar, todo podría volverse un caos... No creo que sea correcto arriesgar todo por... Esto. —Apartó las manos, las cuales regresó hacia sus muslos y allí formó los puños. Su pierna derecha se movió en señal de ansiedad. ¿Qué debería hacer? ¿De qué forma detenerse aunque la deseaba? —Esto... Debe parar ahora. Por su bien.
— Pe...pero. —Se detuvo un momento cuando la soledad la azotó al verlo girarse. Las palabras murieron en su lengua y se llevó las manos a la boca por un instante callando esos sollozos que querían escaparse como viles traidores.— N-no estoy molesta... O siento que hayas hecho algo malo. —Temblorosa se movió a la orilla de la cama, sentándose y el brazo izquierdo lo usó para cubrir sus senos. No es que tuviera pudor o vergüenza, no a esas alturas, pero al menos así podría darle un poco de paz.— Yo... Yo quería que sucediera. Yo dejé que sucediera. —Se mordió el labio con fuerza, hasta que sintió la sangre inundar sus paladar. Se colocó de pie solo para acomodarse frente a él, en cuclillas.— Mírame, no soy una niña. Sé lo que quiero. Es...estuve a punto de morir. No quiero vivir con el lamento de no hacer algo por las supuestas reglas. —Formó un puño con la mano derecha.— No quiero.
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Curvó los labios cuando sintió que la dolencia era mayor. Muchas dudas se generaban dentro de él y, para la mayoría, no existía una respuesta que lo pudiera tranquilizar. Quizá lo mismo sucedía con ella.— Siento que hice cosas que no debí hacer... Por eso me disculpo, por obrar indebidamente. —Murmuró, se apartó entonces, volviendo a sentarse sobre la cama donde observó el suelo durante unos instantes. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo debía actuar después de lo ocurrido? ¿Qué más cambios podía traerle esa situación? Presionó el puño derecho un par de veces, y allí resintió la suavidad que durante algunos segundos conoció. Esa que seguía quemando y causando una sensación de vacío.— Esto no debió suceder. No debí... No debí permitirlo. —Se reprochó, frunció el entrecejo y tensó la mandíbula para contener su fastidio. ¿Cómo había sido capaz de fallar? — Lo lamento.
Las lágrimas frescas se mantenían en sus mejillas, así como el brillo en sus ojos. El rostro adornado por tonos rojizos era imposible de ocultar. Tuvo miedo, no lo podía negar, aún lo tenía, no quería que su relación se arruinara. Entre ambos solía existir una pared gigante, una que se fue derrumbado, pero en cualquier momento la podía construir de nuevo y eso la aterraba, no quería ese trato indiferente nuevamente.— Está bien, estoy bien... Solo no te vayas. —La voz le tembló pero la controló, era un cúmulo de emociones contradictorias donde predominaba el sentirse expuesta. Pero la calmaba con sus cariños, como ese beso, aunque sus palabras fueron confusas.— ¿Por qué te disculpas?
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La sensación fue desagradable, incluso amarga y molesta, así lo sintió tanto en la boca como en el estómago. ¿Cómo es que podía poner un freno de esa manera tan tosca? Era lo correcto, seguía con vendiéndose de ello pero, ante sus ojos, ella parecía quererlo casi tanto como él o incluso más. Suspiró, al momento en que sus brazos la acercaron un poco más, y procuró otorgarle algo de tranquilidad, de confort.— No es nada, Kemi-san... —Volvió a suspirar, cerró los ojos un momento y le soltó, así sus manos pudieron tomar las mejillas ajenas y permitirse dejar un beso suave sobre su frente, sobre el flequillo exactamente.— Lo siento. Perdóneme, por favor.
El corazón se le hizo un puño en el pecho ante el miedo de quedarse sola en la habitación, de sentirse abandonada y rechazada una vez más, no después de eso, no después de entregarle más de ella. Sin atreverse a mirarlo se quedó en silencio, ocultando cualquier sollozo, porque no quería tampoco coaccionar por medio de la lástima. Entendía que él no estaba obligado, sin embargo, una parte de ella deseaba que lo hiciera, que al menos se hubieran llegado a conecta de una ínfima forma. Calor que reconforta y que devuelve la vida al cuerpo, eso fue lo que experimentó con ese abrazo sus miedos fueron borrados, como las hojas que vuelvan con el viento y busco devolverle ese abrazo, esconder el rostro en su pecho y embriagarse de su aroma.— Gracias. Gracias, Regulus.
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Se levantó o al menos intentó hacerlo porque no encontraba una razón correcta para quedarse, una que lo dejara satisfecho por los límites auto impuestos. Pero se detuvo en el instante que llegó a mirarla, en ese donde se debatió entre quedarse o huir. Porque no podía dejarla allí tan adolorida, tan sentida, tan lastimada y a la vez vulnerable. La había desnudado, hasta el alma quizás y, ahora, parecía no tomar la responsabilidad de sus actos. Suspiró. Y se maldijo en el momento que sus brazos buscaron nuevamente su cuerpo, con suavidad la envolvió, de manera que la acercó para brindarle su calor. Y se sintió estúpido mientras que procuraba respirar.— No, yo... Yo... No. —Negó. No sabía realmente qué decir, ni porqué quedarse. Pero estaba allí, porque si había algo que no toleraba, era verla llorar.

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