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Rs1563197 · M
Desesperado por consolarla, bajó el rostro; aún incapaz de pronunciar palabra. Pero sus labios consiguieron transmitir lo que deseaba, estampándose en los ojos de Alena para secarle las lágrimas; sin importar que éstas no dejaran de manar, o cuánto tiempo le tomara beberlas. Las mejillas de la deshecha joven también recibieron los besos de Rhishan, quien se afanaba en secarlas; pero sobre todo, en dejar una promesa con cada uno de los roces, de sus caricias, incluso en el abrazo protector en que la tenía envuelta: un juramento silencioso, respaldando lo que había dicho momentos atrás.
«Nadie, jamás volverá a hacerte daño. Te protegeré.»
«Nadie, jamás volverá a hacerte daño. Te protegeré.»
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Alena se rompió en sus brazos; y él con ella. Los sollozos, los temblores que éstos causaron en el cuerpo de su protegida, bastaron para hacerle apretar los dientes en un intento de no romper en llanto también, consciente de que ella necesitaría su fortaleza más que nunca; así que se aferró hasta al último gramo de su estoicidad, haciendo acopio de fuerzas para ser el pilar, el refugio que Alena necesitaría en ese momento, y permitirle desahogarse hasta que la última pena hubiese abandonado el cuerpo de la muchacha en forma de lágrima.
Por desgracia, el tener que mantenerse firme y seguro para ella lo hizo contener la voz; seguro de que si volvía a hablar, la escucharía quebrarse, acabar con la ilusión de serenidad que tanto trabajo le costaba proyectar. Se sentía no solo responsable de ella, sino de aliviar ese enorme sufrimiento que llevaba a cuestas; así se jugase la vida en ello, o tuviera que soportar los mayores dolores. Como el que estaba partiéndole el corazón en ese momento
Por desgracia, el tener que mantenerse firme y seguro para ella lo hizo contener la voz; seguro de que si volvía a hablar, la escucharía quebrarse, acabar con la ilusión de serenidad que tanto trabajo le costaba proyectar. Se sentía no solo responsable de ella, sino de aliviar ese enorme sufrimiento que llevaba a cuestas; así se jugase la vida en ello, o tuviera que soportar los mayores dolores. Como el que estaba partiéndole el corazón en ese momento
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Seguro su vida seguiría siendo sencilla sin haber comprendido esas cosas, pero no se le podía llamar vida a esperar por saber que parte iba a perder o donde sería arrojada, incluso que le darían de tomar.
Era indigna de esa compasión y ser reconfortada tan suavemente, pero deseaba seguir ahí. Finalmente, al sentir su frente siendo besada, sus barreras cayeron y pequeños sollozos dejaron sus labios. Los recuerdos dolían, su vida misma dolía. Había cruzado una línea que nunca le permitiría regresar a lo que era antes.
Era indigna de esa compasión y ser reconfortada tan suavemente, pero deseaba seguir ahí. Finalmente, al sentir su frente siendo besada, sus barreras cayeron y pequeños sollozos dejaron sus labios. Los recuerdos dolían, su vida misma dolía. Había cruzado una línea que nunca le permitiría regresar a lo que era antes.
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Se sintió desconcertada al recibir una disculpa de parte de la única persona que no debería disculparse con ella. Rhishan fue paciente desde el primer instante, le fue enseñando con esmero cada pequeña cosa hasta que se podría decir que finalmente ella existía como una persona, que comprendía sutiles diferencia y poseía una noción de lo que era el bien y el mal hasta cierto punto. Según entendía, su desarrollo mental aún necesitaba demasiado, pero en poco tiempo había avanzado más que en milenios.
— No debes disculparte, si estoy bien ahora, es por ti. —¿Cómo le explicaba los horrores en los que existió? Horrores qué vio como algo normal por demasiado tiempo. Sin cuestionar, sin quejarse, estaba viva porque respiraba nada más.
Ella estaba sucia, manchada a niveles que no deseaba que él conociera, pero había desarrollado un lado egoísta que anhelada la compañía, el calor y el cariño del hombre. (...)
— No debes disculparte, si estoy bien ahora, es por ti. —¿Cómo le explicaba los horrores en los que existió? Horrores qué vio como algo normal por demasiado tiempo. Sin cuestionar, sin quejarse, estaba viva porque respiraba nada más.
Ella estaba sucia, manchada a niveles que no deseaba que él conociera, pero había desarrollado un lado egoísta que anhelada la compañía, el calor y el cariño del hombre. (...)
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—Aquí no te pasará nada malo; te lo prometo. —Añadió, la zozobra tiñendo su voz aunque intentaba mantenerla tan firme y neutral como siempre; pero es que, debía admitir, había llegado a cobrarle tanto afecto a la joven, que verla —y sentirla— tan apagada, tan confundida, llegaba a afectarle.
Se dio un momento para besar la frente de Alena, antes de decir: —Nadie te hará daño mientras yo viva. —Y repitió el gesto, una, dos, múltiples veces; todas ellas cuidadosas, lentas, repletas de cariño; en un intento de disipar siquiera un poco las tinieblas que acosaban a la joven.
Se dio un momento para besar la frente de Alena, antes de decir: —Nadie te hará daño mientras yo viva. —Y repitió el gesto, una, dos, múltiples veces; todas ellas cuidadosas, lentas, repletas de cariño; en un intento de disipar siquiera un poco las tinieblas que acosaban a la joven.
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Por supuesto, se había imaginado que otros seres con menos escrúpulos se habrían aprovechado de la resiliencia de Alena; pero jamás a tal grado. Fuese por que aún le quedaba algo de fe en los humanos, o porque había pecado de ingenuidad, la revelación lo sorprendió más de lo que cabría esperarse de alguien tan experimentado como él; incluso haciéndolo guardar silencio por un momento, sopesando lo ocurrido mientras intentaba desesperadamente no dejarse inundar la mente con imágenes de lo que Alena describía.
—Lo siento. —Comenzó por decir, quizá con cierta torpeza; pero, ¿qué podía decirse ante un dolor tan profundo? Sus manos podrían ser más expresivas al hundirse en la melena ajena y presionar, haciéndola acercarse aún más a él; abrazándola como si quisiera protegerla de todo mal.
—Lo siento. —Comenzó por decir, quizá con cierta torpeza; pero, ¿qué podía decirse ante un dolor tan profundo? Sus manos podrían ser más expresivas al hundirse en la melena ajena y presionar, haciéndola acercarse aún más a él; abrazándola como si quisiera protegerla de todo mal.
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llegaba a comprender y que la había conducido a ese estado de fragilidad.
— Yo te tengo... —Repitió suavemente. Esa posición, lo había buscado en ese instante de desespero, pero de alguna forma, estaba logrando calmar las aguas en su interior. Siempre había sido indiferente a todo, existiendo en una normalidad que rayaba lo enfermo. Intentó tragar, tomar aire solo para que le diera la voz, intentaba que las palabras pudieran explicar un poco de lo que se acumulaba en su interior.— Aquí, aquí no sufro heridas... no pierdo partes de mi cuerpo y no me matan...
— Yo te tengo... —Repitió suavemente. Esa posición, lo había buscado en ese instante de desespero, pero de alguna forma, estaba logrando calmar las aguas en su interior. Siempre había sido indiferente a todo, existiendo en una normalidad que rayaba lo enfermo. Intentó tragar, tomar aire solo para que le diera la voz, intentaba que las palabras pudieran explicar un poco de lo que se acumulaba en su interior.— Aquí, aquí no sufro heridas... no pierdo partes de mi cuerpo y no me matan...
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No había ninguna mentira en las acciones del mago o eso deseaba creer. Era la única persona que se había detenido a verla a ella y no a sacar provecho de lo que podía ser o hacer. Pero una parte de ella, se sentía increíblemente vacía, tal vez por eso solo se estaba dejando llevar. No oponía resistencia y su mirada estaba fija en la nada, interiorizando, intentando procesar las palabras que él pronunciaba con infinito cariño.
— No... No lo tenía. —Dijo en un hilo de voz. El nudo en la garganta parecía imposible de tragar pero era curioso como a pesar de todo, no había llanto como tal, tan solo las lágrimas que bajaban silentes y ahora se perdían entre ambos. En ese fuerte abrazo, ella intentó corresponder, pero lo hizo de una forma tan temerosa, tan superficial, como si las fuerzas hubieran abandonado cada rincón de su ser. Se sentía pesada, como el plomo, su corazón parecía aplastarse a cada segundo, ya no era sólo ese órgano que latía en su pecho, ahora había algo más que no (...)
— No... No lo tenía. —Dijo en un hilo de voz. El nudo en la garganta parecía imposible de tragar pero era curioso como a pesar de todo, no había llanto como tal, tan solo las lágrimas que bajaban silentes y ahora se perdían entre ambos. En ese fuerte abrazo, ella intentó corresponder, pero lo hizo de una forma tan temerosa, tan superficial, como si las fuerzas hubieran abandonado cada rincón de su ser. Se sentía pesada, como el plomo, su corazón parecía aplastarse a cada segundo, ya no era sólo ese órgano que latía en su pecho, ahora había algo más que no (...)
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Pero en ese momento de flaqueza, sintiéndola trémula y a la deriva, creyó no ser suficiente, no poder disipar las tinieblas en el pecho de Alena; por lo que la atrajo hacia sí con delicadeza inaudita, su mano alcanzando la nuca ajena y presionándola con suma suavidad para hacerla recargar la cabeza en su pecho, demasiado cerca de su propio corazón.
—Pero ahora me tienes a mí. —Añadió, sin saber si eso sería un consuelo siquiera. Pero la trataba con tal cuidado y afecto, la abrazaba de una manera tan dulce y protectora, qué no dejaría lugar a dudas sobre sus intenciones: ella sería un tesoro al qué intentaba cuidar con toda el alma.
—Pero ahora me tienes a mí. —Añadió, sin saber si eso sería un consuelo siquiera. Pero la trataba con tal cuidado y afecto, la abrazaba de una manera tan dulce y protectora, qué no dejaría lugar a dudas sobre sus intenciones: ella sería un tesoro al qué intentaba cuidar con toda el alma.
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Sentirla tan dócil fue una experiencia rara para él. Había algo en esa obediencia que no terminó de gustarle del todo: sentía como si Alena se dejara manejar a placer, a manera de una muñeca de tamaño natural que estuviera sujeta a la voluntad de otros. Fue esa idea la que me hizo abrazarla con más fuerza; como si en ese gesto quisiera hacer suyas la tristeza, la confusión de la chica, y aliviarla de esa carga que la había puesto en tal estado.
—Quizá antes no tenías a alguien que cuidara de ti. —Aventuró a decir, si bien sin una pizca de orgullo o autocomplacencia; más bien parecía lamentar que fue hasta llegar a él que la chica conocería, al menos en parte, la tranquilidad.
—Quizá antes no tenías a alguien que cuidara de ti. —Aventuró a decir, si bien sin una pizca de orgullo o autocomplacencia; más bien parecía lamentar que fue hasta llegar a él que la chica conocería, al menos en parte, la tranquilidad.
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