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La cerradura de su puerta cedió con mucha facilidad. Quizás esa debió ser la primer señal de alarma, no crujía como antes. Pero la llave servía como siempre, y ahí estaba otra vez, el viejo y sucio apartamento que... ¿...Por qué no estaba sucio? ¿Por qué nada estaba en su lugar? Todo estaba igual, y un poco diferente a la vez. La peor manera de cambiar.

—Hey —miraba por la ventana, cigarrillo en la boca. La miró al entrar. —Supongo que tenemos que hablar, ¿no?
 
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Ruuko sintió un alivio extraño. Cómo si algo llenara un hueco que siempre estaba vacío dentro de su pecho. Inhaló, exhaló. Varias veces, era Ruuko, sin dudas se trataba de ella misma.

— Arroz frito. — respondió, mostrando una sonrisa que quizá él ya no pudo ver.
—Tú... Uhh... No tienes que irte. Si no quieres, digo.

Rascó su nuca, atropellaba las palabras. Dirigirse a ella era particularmente difícil, pese a su experiencia con adolescentes, gracias a su profesión.

—E-Es decir, tú... Yo, ehh, nosotros. Vivimos aquí, ¿no? Los dos.

La última palabra la dijo casi susurrando, y seguí sin poder mirarla. Mejor caminó a la cocina.

—¿Arroz frito?
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¿Iba a gritarle? No. Era de nuevo esa sensación de cuando la vio leyendo su correspondencia. Debía gritarle, se quedó en su departamento ocupando sus cosas, aunque siempre estuvo con ella, acompañándola. ¿Tenían alguna clase de conexión mágica como algunos padres tenían con sus hijos?

— Todo está bien... — no sabía a dónde ir, qué hacer. Todo se había puesto complicado, ya no iba a tenerlo al hombro, ahora estaba frente a ella. Un poco más viejo, pero seguía siendo él.
Era Ruuko.

La manera en la que fruncía el ceño, el cómo torcía un poco la boca, el olor a tabaco... ¿Cómo lo hacía? Pensar que pudieran confundirlo con una niña parecía ridículo, pero al tenerla en frente, cobraba un poco de sentido. Parecía magia.

—Yo también.

¿Estaba molesto? No, no era eso. La situación era tan bizarra que el sentimiento iba a necesitar un nombre nuevo. En todo caso, se puso de pie, se acercó a ella.

—Yo... Uhh... Gracias.

Puso su mano sobre la cabeza ajena, el miedo en sus ojos era palpable. No estaba diciendo nada de lo que planeó minutos antes, ¿por qué el cambio de planes?

—Está todo muy limpio. Gracias por mantener mi apartamento... mi vida en orden. Sé que no debió ser fácil. Gracias, Ruuko.
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¿Eh? ¿Su verdadera forma?

No, no era un espejo. Le dolió la cabeza fuerte, le estaba faltando cafeína si, eso debía ser, ¿no? Tuvo que sentarse, no podía más.

Ruuko... Despertó.

Abrió los ojos grandes, ahí estaba él y su cabello blanco. Su corazón empezó a latir más rápido, agitándose de a poco. ¿Acaso empezó a hacer calor? Mucho calor.

— ¿Hablar? ¿D-de qué? Pensé que... Se esfumó.

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