31-35, M
un príncipe encantador y tranquilo pero serio tambien
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AdamGh · M
U: Hola, muchas gracias, perdón por la demora. Espero también, que, nos llevemos bien, muchas gracias nuevamente.
Pareciera, de cualquier forma, que se iba a desmoronar más, la calavera ficticia posada en unas manos putrefactas como él creía que las tenía.
De todas maneras, era una vaga mentira creada por su esquizofrenia. A decir verdad, siempre decían que los locos eran inofensivos. ¿Es de todo cierto? Quizás.
Tan, sólo; sólo quizás.
Ignoraba el hecho de dónde se encontraba, más que mal, el italiano vagaba y vagaba por ciudades y lugares, incluso países, escapando de una culpa que las voces le hacen creer. Como un fiel sirviente. Claro, de su propia imaginación y nada más que aquel hecho tan remoto que llega al punto de hacerlo perder la cordura.
Aunque su cordura ya estaba hecha polvo, ¿No es así, pequeño Gallagher?
Surcábanle por los labios insectos que se inyectaban a su piel adolorida, en el llano paseo de su mundo gris y grotesco. Su propio mundo. Las sombras se acurrucaban a su paso, otorgándole un benevolente silencio que lo acogería por unos escasos minutos al verse interceptado por alguien, un ser quizá, lejos de él, y al mismo tiempo, de frente de si. No lo miró directamente, si no, proyectando esa elegancia natural y tranquilidad suspiró, escuchando las jugarretas de esas vocecillas tan lúgubres, terroríficas y rasposas que escuchaba desde su infancia. Más que mal, era un psicótico también.
Ellas estallaron en risas; demasiado burlescas, y Adam se mostró impasible y tranquilo. -Silencio, lo siento, usted.- Habló con su acento. -¿Podría repetirlo, por favor?- Y lo observó, imaginándose grotescas facciones en su imaginación, tan real, que le miraba atentamente. -Debería tranquilizarse... Espere, ¿No desea un pañuelo?- Se refirió por lo que observaba.
No era bueno estar con Adam. Para los demás, hablaba incoherencias, de todos modos.
Pareciera, de cualquier forma, que se iba a desmoronar más, la calavera ficticia posada en unas manos putrefactas como él creía que las tenía.
De todas maneras, era una vaga mentira creada por su esquizofrenia. A decir verdad, siempre decían que los locos eran inofensivos. ¿Es de todo cierto? Quizás.
Tan, sólo; sólo quizás.
Ignoraba el hecho de dónde se encontraba, más que mal, el italiano vagaba y vagaba por ciudades y lugares, incluso países, escapando de una culpa que las voces le hacen creer. Como un fiel sirviente. Claro, de su propia imaginación y nada más que aquel hecho tan remoto que llega al punto de hacerlo perder la cordura.
Aunque su cordura ya estaba hecha polvo, ¿No es así, pequeño Gallagher?
Surcábanle por los labios insectos que se inyectaban a su piel adolorida, en el llano paseo de su mundo gris y grotesco. Su propio mundo. Las sombras se acurrucaban a su paso, otorgándole un benevolente silencio que lo acogería por unos escasos minutos al verse interceptado por alguien, un ser quizá, lejos de él, y al mismo tiempo, de frente de si. No lo miró directamente, si no, proyectando esa elegancia natural y tranquilidad suspiró, escuchando las jugarretas de esas vocecillas tan lúgubres, terroríficas y rasposas que escuchaba desde su infancia. Más que mal, era un psicótico también.
Ellas estallaron en risas; demasiado burlescas, y Adam se mostró impasible y tranquilo. -Silencio, lo siento, usted.- Habló con su acento. -¿Podría repetirlo, por favor?- Y lo observó, imaginándose grotescas facciones en su imaginación, tan real, que le miraba atentamente. -Debería tranquilizarse... Espere, ¿No desea un pañuelo?- Se refirió por lo que observaba.
No era bueno estar con Adam. Para los demás, hablaba incoherencias, de todos modos.