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Todos los días salía a caminar al bosque, con un pergamino enrollado en su mano y carbón en la otra. Su sentido de orientación y una habilidad más la ayudaban a explorar. Después de morir un par de veces si se concentraba lo suficiente podía ver a los mensajeros del otro mundo y cómo corrían a realizar su trabajo. Cuando los encontraba marcaba el mapa y volvía hacia los exterminadores. Después de algunos casos la palabra de Rin se volvió confiable, y esa fue su labor en la aldea. Una que no la beneficia tanto, ya era de por si extraña. Era la niña que había viajado con un Yōkai.
26-30, F
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