Aquella escena, desde lejos, parecería la de un depredador acechando a su presa, y no estaba muy lejos de la realidad. Desde ese ángulo podía observar a profundidad ese par de ojos color guinda, su apariencia era muy peculiar, sin duda. Imposible de pasar desapercibido, imposible de no caer bajo su encanto.

– Pobre de ti –fingió compadecerse, presionando aún más el filo contra esa piel de la cual afloraba una gran cantidad de vellos, seguro llevarían creciendo un par de días, quizá más–. No soy tan benevolente, Gambito –dijo al fin, haciendo chasquear su lengua mientras apartaba la garra de su piel, sobre la cual había dejado una delgada línea rosada que estuvo a punto de abrirse–. Pero hoy estás de suerte y no pienso quitártela. Todos los gastos corren por tu cuenta.