—Después, encontré a Seraphine, mi castigo eterno.— Rio suavemente, mientras de nueva cuenta se acomodaba abrazada a él, sentía, como a Sera le gustaba decir, una perfecta armonía. —Su vida es una canción y tiene solo una neurona, pero es noble, y dulce. Su alegría me trajo de vuelta siempre en los momentos más oscuros.— Tomó la mano de su amado, la acercó a sus labios cerrando los párpados. Su corazón se estrujaba cada vez que recordaba la oscuridad invadiéndola, envolviéndola en sus garras crueles. —Creo que te agradará.— Se quedó así, con sus dedos entrelazados con los ajenos. —Y por último, Orianna.— Le miró de nuevo, con una sonrisita cómplice, para luego desviar la vista. —Digamos que la engañé para que se uniera a nosotras, pero fue con una buena intención, probablemente algo la habría terminado matando si se quedaba por ahí vagando sola sin comprender el mundo.