Despertaba un sin fin de sensaciones, cosas que estaban ahí en el fondo pero que cegada por su misión no se había detenido a descubrir. Las visitas de la gran sacerdotisa se volvieron más frecuentes y con ello encuentros que había comenzado a disfrutar mas inexpresiva era la marioneta. — Anteriormente te habría castigado yo a ti por esto. — Inclinó su cabeza, sus labios eran suaves, cálidos. — Y tu presencia no es una molestia, por el contrario. Siempre he disfrutado de tu compañía. — Resultaba ser algo que venía desde su creadora, quizás esa debilidad hacia la sacerdotisa también venía de ahí. Con una mano acarició su espalda en un delicado vaiven utilizando la otra para aferrar su cintura con firmeza, casi posesiva.
—No seas malhumorada, me harás pensar que mi presencia aquí es una molestia.— Aquélla marioneta le resultaba fascinante, ¿podría sentir dicha, tristeza o placer por si misma o simplemente era un cascarón vacío que reflejaba los mas simples y puros deseos de su creadora? —Y si haces que me ponga triste, te castigaré y no vendré más.— La reprendió más como si estuviese hablándole a una niña más se inclinó, ocultando el rostro en su cuello, dejando que sus labios se deslizaran sobre su piel con suavidad.
Impacible le miró y ante la lamida llevo su brazo derecho a su cintura estrechando la esbelta figura de la kitsune contra su cuerpo. — ¿Que no vienes a eso? — la diferencia entre Shogun Raiden y Ei resultaba ser muy grande, la marioneta permanecía ahora en aquel plano mientras Ei regía Inazuma aceptando el cambio. Parecía que Miko encontraba divertidos sus escapes a su plano y por parte de Raiden, si ya no tenía una misión, podía al menos disfrutar de esos encuentros.
