Para ese entonces, la princesa Romine ya llevaba varios meses fuera de su hogar, a decir verdad, fuera de cualquier rastro de civilización. Y no, no es que ella disfrutase de la soledad, o que considerara a otros como un estorbo, sencillamente era que cuándo trataba de dirigirse a zonas de alto riesgo, prefería hacerlo por sí misma, y asi nadie resultase herido por culpa suya. Fue así que, tras una larga caminata, termino varada en aquella zona fría y desolada.

La temperatura era baja, y lo único cercano parecía ser algunos cultivos, una vegetación escasa, y una edificación claramente antigua al fondo de todo eso. Por fortuna, Romine venia preparada para cualquier situación, y para ese entonces, estaría llevando lo que parecía ser una simple capa por encima. (…)