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Exclamó con emoción, dando un pequeño brinquito mientras caminaba al lado del sacerdote, sin soltarle ni un instante la mano; a pesar de ser una chica gato, también se comportaba como una humana, pero en sus momentos más "cómodos" solía comportarse como una típica niñita humana que quería ser consentida.
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Algo que animaba a Nyoko y le hacía más confiar era que aceptaran a sus amigos gatos y no los miraran feo o que rechazaran estar cerca de ellos; le satisfacía, así que al escuchar al clérigo decir que les llevarían algo de comida, asintió con la cabeza y le obsequió una gran sonrisa al igual que un pequeño ronroneo al acercarse al brazo contrario y frotar su mejilla contra este.

— Nyoko acepta. Aunque debe ser mucha comida, ya que Carmelo es muy glotón, come mucho, mucho.

Llevó el índice de su mano contraria sobre su mentón, quedándose pensativa. Había muchas cosas que deseaba comer y probar, ya que la mayor parte del tiempo comía desperdicios, cosas en mal estado o en ocasiones no comía nada por dejar que su "pandilla" comiera. Entonces, de nueva cuenta esbozó una gran sonrisa y alzó la mano.

— ¡Pescado! ¡Nyoko quiere mucho pescado!
R1581860 · M
—Veamos... ¿Qué se te antoja comer?
R1581860 · M
Rara vez Richard se sentía así: divertido, extrañado y, sobre todo, enternecido por el comportamiento de Nyoko, quien se le antojaba lo más parecido a un gato con forma humana que conocería en su vida. Verla comunicarse con los gatos le hizo saber que había más de realidad que de imaginación en las palabras de Nyoko; así que, pensando en que había visto cosas más extrañas antes, la tomó de la mano con toda naturalidad, a la par de asegurarle: —Si no quieren venir, compraremos algo para ellos. ¿Te parece?

Sería raro verlo comportarse así; pero Richard era más que una mirada seductora y una sonrisa sarcástica, aunque pocos pudieran ver más allá de eso. De ahí que no se le notase incómodo en absoluto al guiar a Nyoko hacia un restaurante cercano, con mesas al aire libre; donde los mininos podrían verlos, si querían, y también podrían alimentarlos. La invitó a sentarse, comportándose como todo un caballero —¡quién diría que era capaz de eso!— y tratándola como a una damita.
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Volteó a ver por un instante a los gatos, los cuales gruñían y otros maullaban, luego volvió a ver al sacerdote y asintió con la cabeza.

— No hace falta que vayan, la pandilla dice que pasaste la prueba al aceptar llevar a todos. Así que Nyoko irá contigo.

Y sin decir más, como si fuese una pequeña niña, tomó la mano del sacerdote y le dio un par de jalonsitos para que caminara junto a ella y le llevara a comer.
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Por un momento, la petición de Nyoko se le antojó sumamente complicada de cumplir; no por falta de ganas, sino porque, ¿qué restaurante los aceptaría con una tropa de gatos en ristre? Frunció el ceño, aunque se apresuró a dedicarles una mirada a los gatitos con una sonrisa nerviosa en el rostro; la que un hombre pondría al conocer a sus suegros por primera vez, aunque sus intenciones no fuesen precisamente las mismas.

—¿Carmelo? Uh... Puedes decirle que no pienso meterte en la jaula. —Dijo, añadiendo un saludo con la mano hacia los mininos; no sabía cuánto de ello era por seguirle el juego a Nyoko, y cuánto era cierto, pero aún así seguía actuando como si los felinos lo estuvieran juzgando.

Fue entonces cuando una idea llegó a su mente. —¡Claro, el cat café! —Dijo, dándose un golpecito en la frente, como si se reprochara por no haberlo pensado antes. —Me parece perfecto —dijo, tras mirar nuevamente a Nyoko —; los llevaré a todos a comer. ¿Qué dices?
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Achicó la mirada, esa invitación a comer la hacia dudar y desconfiar, pues no era la primera vez que querían tenderle una trama, no era tonta... O tal vez si.

— Uhm... Nyoko no confía en señores extraños. Dice Carmelo que los señores son malos y quieren atrapar a Nyoko y encerrarla en una jaula. Pero Nyoko es inteligente y no se dejará. Pero... Nyoko aceptará la comida si él señor promete que Nyoko puede llevar a su pandilla.

Se cruzó de brazos e infló una de sus mejillas, desviando la mirada hacia cierto punto del lugar, donde solo se veían un montón de ojitos mirando a Richard y a Nyoko; en efecto, eran un montón de gatos "cuidando" a Nyoko.
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Suerte que quedó en «intento»; si ya con eso se ganó una mordida, ni cómo pensar en lo que habría sucedido si hubiera llegado a tocarla.

—Vale, pequeña; perdón. —Dijo, acuclillándose frente a la chica para poder verla a los ojos, «empequeñeciéndose» ante ella; y sin tomar represalia alguna por la mordida. —Te invitaré a cenar para que me disculpes. ¿Qué te parece?
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- Le muerde la mano porque no le gusta que la toquen - Grrr... ¡Nadie toca a Nyoko, tonto!
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—Sí, toda una gatita. —Ya ni parece sorprendido, mejor intenta hacerle mimos. (?)

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